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Nota Editorial

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Es primavera, pero Sánchez amarillea. Esa imagen tan difundida que retrataba una legislatura despejada para Pedro Sánchez, gracias al empuje de su coalición “progresista”, la pretendida solución del problema independentista en Cataluña y la ausencia de una alternativa que la fractura del centroderecha hacía impracticable, está tocando a su fin. La combinación de torpeza, sectarismo y arrogancia con la que el Partido Socialista, con el concurso imprescindible de Ciudadanos, se ha estrellado en su estrategia de desestabilizar al Partido Popular en Murcia, Madrid y Castilla y León marca un punto de inflexión que previsiblemente tendrá su continuación en las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid. El fiasco murciano de los socialistas se ha querido compensar con una elaboración tan falsa como aparentemente sofisticada según la cual Sánchez gana siempre. Si al PP le va mal en Madrid –lo que parece improbable–, gana Sánchez; si le va bien, también gana Sánchez porque el éxito haría surgir un nuevo liderazgo amenazante para Pablo Casado. Ese blindaje argumental de la posición de Sánchez, de los que le ponen la venda antes de la herida, suena mucho a fábula, con el zorro incapaz de alcanzar las uvas para al final esconder su fracaso diciendo que estaban verdes.

Mientras espera la llamada del nuevo presidente de los Estados Unidos, que hasta el momento de escribir esto no se había producido, España, bajo el Gobierno de Sánchez, se aleja de Europa. La lógica es implacable. No se puede esperar que un Gobierno con líderes del Partido Comunista sentados en el Consejo de Ministros genere confianza, ni que inspire tranquilidad una economía que desmiente previsiones, acumula una enorme deuda pública y está por evaluar el daño real que se ha producido en su tejido productivo.

Los que clamaron contra lo que llamaron “ley mordaza” no solo la han utilizado masivamente durante la pandemia, sino que justifican y pretenden consolidar como doctrina legal el allanamiento de un domicilio por una infracción administrativa. El desdén hacia la actuación de los Tribunales –ahí está la sentencia sobre el cese del coronel Pérez de los Cobos–, es una expresión de las tentativas por controlar el Poder Judicial, primero mediante el intento de rebajar las mayorías para la elección de los miembros del Consejo General y, después, con el desapoderamiento consumado del órgano de gobierno de los jueces aplicándole un concepto de “en funciones” que en la Constitución solo existe referido al Gobierno tras la celebración de elecciones generales. La coalición de Gobierno se encuentra maltrecha después de la salida de Iglesias –también aquí se dice que gana Sánchez–, pero eso no la convierte en menos perjudicial para los intereses generales; si acaso, la hace más imprevisible, más arbitraria y más expuesta al activismo descarnado del exvicepresidente segundo, que pretende sorber en la calle y soplar en el Consejo de Ministros.

Sin consensos y sin alternativa. Ese es el objetivo de Pedro Sánchez para gobernar. Los primeros, los consensos, los ha rechazado una y otra vez, incapaz de asumir que su proyecto pueda quedar afectado por la necesidad de pactos, como aconsejan la situación de nuestro país y el contexto europeo en el que debemos afrontar la crisis sanitaria y la recesión económica. En cuanto a la alternativa, no solo ha hecho todo lo posible por deslegitimarla sino también por impedirla. La única interpretación posible de la grosera intentona de mociones de censura autonómicas contra el PP es, precisamente, la que apunta a esa estrategia. Sánchez no es un presidente de consensos, ni siquiera en las circunstancias de la gravedad como las que atraviesa España. La expectativa de su futura conversión a un supuesto “centrismo” de ocasión para remozar su imagen y hacer olvidar sus pactos ante las próximas elecciones generales, no es más que una demostración de hasta qué punto parece haberse asumido con preocupante naturalidad el oportunismo y el tacticismo alimentado con dosis masivas de cinismo que se han instalado en la Moncloa.

La alternativa al Gobierno es un componente esencial de un sistema democrático representativo. En España, el deterioro institucional y la inviabilidad de los acuerdos que serían necesarios, hacen de la alternativa a la coalición de socialistas, republicanos, independentistas, populistas de la izquierda comunista y legatarios del terrorismo etarra, un imperativo urgente. El Partido Popular es consciente de que ese es el gran objetivo al que tiene que responder. Más allá de los desafíos a su posición insustituible en el espacio del centroderecha, la expectativa de éxito en esta tarea debe seguir atrayendo los votos necesarios y recuperar la confianza mermada en años de desconcierto. Las elecciones en Madrid, muy probablemente, marcarán un punto de inflexión en ese proceso. Harán visible el cuarteamiento de la imagen de Sánchez y abrirán un nuevo periodo. También para el Partido Popular, para la definición sistemática de su oferta de gobierno, para la convocatoria a los españoles a un proyecto de recuperación, modernización y reformas; un proyecto en el que la libertad adquiere sentido porque impulsa políticas que aseguran el bienestar y crean oportunidades, recuperan las aspiraciones de las clases medias y revitalizan el tejido democrático de nuestra sociedad. Un proyecto nacional de libertad para el que el PP cuenta con la fuerza inspiradora de Madrid, y que al mismo tiempo sabe que tiene que ir más allá del día 4 de mayo en su capacidad de integración.