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Nota editorial Cuadernos FAES 79

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Este número de Cuadernos FAES aparece en vísperas de unas elecciones cuya relevancia para el futuro de la nación es categoría que trasciende cualquier anécdota de precampaña. Mientras los partidos maniobran, el socialista –reducido a séquito– subordina su mensaje a la promoción de un presidente del Gobierno ubicuo en los medios y empeñado en vender toda clase de motos tras su debacle el 28M.

SÁNCHEZ, MOTORISTA
La moto de su distancia con Bildu y la del obstruccionismo del Partido Popular circulan en rumbo de colisión en una frase presidencial: “el PP ha votado con nosotros más que EH Bildu y no por eso se puede decir que el PSOE gobierna con el PP”; pero ya sabemos que Sánchez deroga a conveniencia el principio de contradicción y prevarica con las palabras disfrazando la mentira de rectificación.

La moto de la “Cataluña pacificada” se vende a un precio exorbitante: si unos indultos arbitrarios, la rebaja de la malversación y la derogación de la sedición son la contrapartida a la “tranquilidad”, será porque se asume que el Estado de Derecho –la Constitución, las sentencias de los tribunales, el procedimiento legislativo– es un obstáculo enojoso para la convivencia pacífica; la paz social, según ese guion, se compra respondiendo a las agresiones al orden constitucional franqueando el asalto a un Estado inerme.

La moto de una economía de gran cilindrada se comercializa con el cuentakilómetros trucado. En la España de hoy, nombrar al Instituto Nacional de Estadística, al CIS, o al Ministerio de Trabajo registrando “fijos-discontinuos” es disparar la sospecha como reflejo automático; consecuencias de la colonización institucional y de la práctica de la mentira como rutina. La condición de mercader de la trola de Pedro Sánchez quedó acuñada desde la primera pregunta que enfrentó en su gira: “presidente, ¿por qué nos ha mentido tanto?”.

Y es que los socialistas, que fían su continuidad a nuestra amnesia, van a tener difícil hacer olvidar la ejecutoria de Frankenstein. Su propaganda busca traspapelar la hoja de servicios de ayer y camuflar la agenda oculta que mañana impondrán sus inevitables socios; lo intentan con promesas de gasto público a caño libre, en dura competencia con el populismo de su flanco izquierdo. Resulta obsceno el intento de eludir la rendición de cuentas implicada en toda convocatoria electoral, como si la hora del balance fuera la de estrenar nueva ronda de promesas. Pero el sufragio de cada español es un juicio, no una apuesta; no lo res peta quien encomienda el futuro de España a una lotería demagógica.

CLAUSURA DE UN CICLO O “TAZA Y MEDIA” DE LO MISMO
Estamos ante el agotamiento de un ciclo político. Ahora los socialistas buscan hacer olvidar su alianza estratégica con populistas, separatistas y herederos políticos del terrorismo; extreman los mohínes ante una alianza que fingen atribuir a circunstancias de fuerza mayor. Pero lo cierto es que ninguna matemática electoral ni parlamentaria obligaba a regalar a Bildu la pluma para reescribir a su gusto la crónica de nuestra historia reciente; tampoco exigía concederles un protagonismo indebido –facilitando su blanqueamiento– en la presentación solemne de la ley de vivienda.

Cuando se normaliza la abyección se acaba humillado. El episodio de las listas contaminadas en las elecciones de mayo no es el último en corroborar este aserto; son bien recientes las palabras del portavoz de Bildu en Pamplona avisando al PSOE de que “el 23 de julio, si no quieren taza, taza y media”. Esa es la ración anunciada por mucho que María Chivite estire unos cuantos días los plazos para la abstención de quienes llevan siendo socios ya unos cuantos años.

Lo que está en juego el 23 de julio es la continuidad y la culminación de una política que por su propia lógica llevaría al país a un escenario de grave afectación constitucional, con una u otra fórmula; en cualquiera de ellas, la desarticulación nacional de España sería moneda de cambio, porque los socios de Sánchez pasarían al cobro su apoyo parlamentario acto seguido de su investidura. Está anunciado y conviene tomarlo en serio; nadie rebaja a baladronada el anuncio de la intención de fumar de un adicto a la nicotina.

EL DESLINDE DE “LAS DERECHAS”
Como todo lo anterior no son precisamente minucias que quepa ocultar debajo de ninguna alfombra, los socialistas dibujan un escenario de radicalismos simétricos; eso sí, concediéndose una muy asimétrica absolución en su política de pactos, porque dan por evidente y de acatamiento universal la consigna revolucionaria francesa de “no hay enemigo a la izquierda”. No cabe mayor autoindulgencia: los socia- listas pueden pactar con quien quieran porque la palabra “izquierda” posee una virtud lustral que redime toda culpa; al otro lado, anatema: ninguna hoguera podría purificar la herejía “reaccionaria”.

Simpleza sectaria de semejante calibre no resiste el menor análisis. Un PSOE abonado desde el “no es no” de 2016 a la política de trinchera no tiene autoridad moral para denunciar la política de pactos de nadie. Y menos cuando se recuerda que los socialistas no se han resignado a conformar la actual coalición de gobierno; ni se han resignado tampoco a sostenerse en la mayoría que uno de ellos bautizó con el nombre del monstruo imaginado por Mary Shelley. Han asumido esa coalición y esa mayoría haciendo suyos ingredientes esenciales de cada trozo de Frankenstein para conformar una alianza estratégica, un proyecto político. El revisionismo histórico, la deconstrucción nacional y constitucional, las primas al secesionismo, la ingeniería social desorbitada, la legislación ideológica, figuran ya incorporados al acervo político del socialismo español y así lo reflejan sus ponencias y programas. Desde hace bastante más de cinco años el problema para el equilibrio político de la nación no es simplemente con quién pactan los socialistas; es lo que pactan, haciéndolo suyo.

No tiene que sentirse intimidado, por tanto, el Partido Popular, ante el dedo censor del PSOE. Un exceso de cinismo desautoriza sus invectivas sobre los acuerdos potenciales entre PP y Vox. Pero hace bien en preocuparse por la inquietud que pudieran suscitar en una ciudadanía ajena a combinaciones tácticas, generalizaciones abusivas y el resto de recursos habituales de la comunicación política en boga.

Acertará el Partido Popular si consigue trasladar a la opinión un ánimo sincero de rehuir las políticas de exclusión desde el gobierno; si destierra toda perspectiva de revancha; si permanece fiel a su historia y a su vocación de pieza imprescindible del mecanismo democrático alumbrado en 1978.
El PP debe buscar un voto no solo útil sino convencido. Y para ello no debe tener reparos en apelar al deslinde de lo que algunos siguen confundiendo como un “bloque” cuyos componentes son intercambiables porque están llamados a complementarse. Y esto no meramente por razones de eficacia electoral que imponga la matemática del sistema D’Hont, penalizando la dispersión del sufragio, sino por razones de identidad política que el Partido Popular tiene el derecho y el deber de subrayar en esta coyuntura crítica de España.

En primer lugar, el PP es un partido de mayorías, de gobierno, y eso lo distingue de otras opciones “resistenciales” con las que tendrá las convergencias y divergencias que resulten de sus respectivos idearios y programas, pero de las que diferirá netamente en algo tan sustancial como es la manera de entender en qué consiste “gobernar”, algo muy distinto de “entrar en un gobierno”.

Alguien deseoso de asumir funciones de gobierno, y digno de ejercerlas, siente pesar constantemente sobre sí las responsabilidades de ese empeño, cuando gobierna y cuando está en la oposición; cuando hace campaña y cuando redacta proyectos que han de tener algún día fuerza de obligar a sus conciudadanos. Sabe que cualquier error suyo, de visión o de táctica, puede repercutir en la colectividad nacional y, a medida que la experiencia ilustra su probidad con nuevas enseñan- zas, procura rehuir más las engañosas generalizaciones de casos particulares, el uso extemporáneo de ideas y conceptos absolutos, el tentador empleo de hipérboles tan llamativas como inexactas y muy singularmente el aventurado ejercicio de la simplificación. Por el contrario, el apóstol populista, firmemente resuelto a no gobernar –aunque sí a “condicionar gobiernos”–, gusta de valerse de esos arbitrios, cuya comprobada eficacia para impresionar auditorios no se compensa en su ánimo con el temor de que, si llega al poder, se esgriman en su contra sus propias palabras y entorpezcan o paralicen su gestión gubernamental; por eso su arrojo suele limitarse a mera imprudencia verbal.

CONSTRUCCIÓN DE UNA ALTERNATIVA INTEGRADORA: UNIDAD Y LIBERTAD
Desde esta perspectiva hay que contemplar las apelaciones al centro. Reclamar el centro no es quedarse a medio camino entre dos opciones; el centro no es mezcla, sino equilibrio superior. No es estar “entre” sino “por encima”. Hoy la política, y no solo la española, reclama en muchos campos una actitud de centro, porque son muchas las áreas en las que debe encontrarse un “nuevo equilibrio”. Entre lo particular y lo universal; entre lo unitario y lo diverso; entre nación y autonomías; entre urbes y periferias… Para la recomposición de todos esos equilibrios el Partido Popular es la herramienta más adecuada. Siendo un partido de gobierno, con ambición nacional, no puede conformarse con la crítica. No debe pensar solo en saciar la reactividad de su clientela sino en servir el interés general de todo el censo.

Desde sus comienzos, el ‘sanchismo’ ha venido alimentando la polarización y buscando el cuerpo a cuerpo con opciones populistas porque calcula que eso es lo que le conviene. Busca meter al PP en un rincón y vivir de las rentas que coseche del miedo a la “ultraderecha”. Esa operación recurrente arroja desde hace tiempo rendimientos decrecientes.

Por otro lado, el PSOE usa a Vox como gas paralizante para el PP. Pretende definir por sí y ante sí los códigos de respetabilidad política. Pretende reducir todo el espacio de la derecha a un peligroso amateurismo para volver imposible e impensable cualquier alternativa. En esta situación, no se trata de contar con el automatismo de la alternancia. Frente a los excesos que el populismo utiliza para atraer a los votantes, la opción responsable que aspira a ser el PP debe tener la audacia de dar respuestas nuevas pero realistas a las grandes crisis. Por este lado, siempre existe el peligro de ignorar problemas reales, que vayan enquistándose por debajo del silencio ‘oficial’ de los partidos ‘gubernamentales’ hasta que el populismo, usándolos demagógicamente, consiga dos efectos igualmente nefastos: ganarlos para su discurso y “contaminar” ciertos temas haciendo imposible su tratamiento, por el temor de los demás a ser confundidos con la gritería populista.

La defensa de la nación española y la defensa de la idea de libertad deben seguir siendo los ejes de la propuesta política del PP. No cabe postergar la reivindicación de España como nación cívica y plural, frente al modelo de sociedad multicultural de la izquierda y a las tentaciones esencialistas del populismo de derecha.

Frente a la izquierda y a la derecha populistas la definición de un proyecto político de centroderecha liberal pasa por la articulación de las ideas de unidad y libertad.

Unidad. Desde la izquierda woke se postulan “políticas de identidad” que desagregan y enfrentan al cuerpo social. Desde la derecha populista se nos dice que la dupla “derecha/izquierda” ha caducado y hay que ceñirse a nuevos clivajes: globalismo/patriotismo, pueblo/élites, rurales/urbanos, indiferentes/creyentes, nativos/inmigrantes… En el fondo, ambas visiones buscan superar la diferencia política institucionalizada para dar pábulo a conflictos y fracturas sociales sin mediación: nuevos clivajes mucho más peligrosos y que ponen en serio riesgo la unidad de la sociedad, de la nación y del Estado. Hoy reivindicar la unidad es defender la Constitución. Pero no como en 1990: ya no hay que completar la planta territorial autonómica, sino evitar su desbordamiento. Y la Constitución, no lo olvidemos, es constitución de “algo”; es la constitución política de la nación.

Libertad. Las ideas siguen importando porque también para ser pragmáticos y realistas hay que saber discernir la realidad, y eso no se hace ni por intuición ni recurriendo simplemente a los recursos de la sociología. Hoy sigue habiendo que optar entre liberalización y regulación, concentración y descentralización. El criterio no es solo la eficiencia sino un determinado modelo social y económico. La revolución tecnológica avala, además, ese modelo de mayor liberalización. Por eso, en la oferta del PP a la sociedad española el libre mercado, el imperio de la ley, la garantía de derechos civiles y políticos, la igualdad de oportunidades y una red de seguridad para los realmente vulnerables son elementos facilitadores para la búsqueda del éxito a través de la movilidad social. Pero la libertad no tiene solo una expresión económica y social. Hoy también asistimos a su negación (políticas lingüísticas de exclusión practicadas por el nacionalismo) o a su perversión (libertad como autodeterminación individual absoluta). De eso hay que defender a la libertad: de su negación y de su perversión.

Unidad y libertad. Raymond Aron llamaba a las democracias regímenes “constitucional-pluralistas” haciendo referencia a los dos ‘momentos’ de la democracia: el de la integración y el de la discusión. La democracia, así entendida, es el sistema político más delicado, porque debe mantener compensados continuamente esos dos momentos.

Por eso acierta el PP al anunciar –mientras se redactan estas líneas– una batería de medidas con ambición de reconstrucción institucional que no elude ningún reto en el terreno constitucional, territorial o en la garantía del Estado de derecho. Cuando Feijóo anuncia la recuperación del delito de sedición, la reconstrucción de toda una arquitectura jurídica levantada para la preservación de las libertades ciudadanas; cuando compromete la instauración de requisitos más exigentes en la obtención de beneficios penitenciarios para reclusos terroristas; o cuando diagnostica con realismo la realidad económica del país, está contribuyendo a preservar el ‘momento integrador’ de nuestra democracia. Porque está esbozando el contorno de una acción de gobierno pensada en función de objetivos auténticamente nacionales y, por tanto, asumibles por todos. Los medios, los instrumentos para su realización, serán discutibles; los fines implicados en esos anuncios –continuidad nacional, imperio de la ley, libertades ciudadanas, responsabilidad financiera– solo podrá impugnarlos quien haya renunciado previamente a compartir un proyecto nacional y prefiera el “trágala” de la “taza y media” de odio hirviendo a que le aboca “un estilo de liderazgo abrasivo”, en acertada expresión de uno de los trabajos que sigue.