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NOTA EDITORIAL | Trampantojos

Cuenta Plinio el Viejo la historia de dos pintores rivales en el siglo de oro ateniense. Disputándose la primacía en su arte, acordaron batirse en un duelo que zanjara la cuestión públicamente. Dividieron por mitades la superficie de un muro para que cada uno ejecutara en la suya una obra y que un jurado resolviese.  A Parrasio le gustaban los efectos de ilusionismo. Zeuxis, habilísimo en la copia del natural, vino a sorprenderlo con sus naturalezas muertas: unas frutas pintadas tan al vivo que los pájaros querían picotearlas. “Aparta —le dijo Parrasio— aquella cortina para que podamos ver mejor.” Y Zeuxis, burlado, descubrió de pronto que alargaba la mano hacia un cuadro de Parrasio que representaba una cortina. Zeuxis había engañado a los pájaros. Pero Parrasio había engañado nada menos que al mismo Zeuxis.

En castellano usamos la palabra “trampantojo” como un préstamo del término francés trompe-l’œil (engaña el ojo) adaptándolo como “trampa ante el ojo”. Aludiendo a la técnica pictórica que persigue engañar al espectador fabricando una ilusión que volatilice la percepción de una superficie plana. La gracia está en valerse de lo que rodea la obra para que el público no sea consciente del truco. Es el caso de esos murales mimetizados con los edificios del entorno que abren al espectador perspectivas irreales.

En España el trampantojo tiene una actualidad más política que pictórica. Es ya la técnica favorita del Gobierno del “muro”, cuya brocha gorda fabrica vistas falsas tratando de esquivar responsabilidades penales y políticas que van concretándose de forma abrumadora.

En el momento de redactarse esta nota acaba de conocerse el informe de la UCO que apunta a la existencia de unacaja B en el PSOE para el posible cobro de sobresueldos en la cúpula del partido. Más allá de su relevancia procesal, el testimonio gráfico de los sobres en metálico a que algunos viejos portavoces de la “regeneración” se refieren como “chistorras” y “lechugas” representa la gota de lodo que colma la sentina sanchista.

Recapitulemos. Cuando la propaganda sanchista repite machaconamente eso de “no hay nada de nada”, ¿hasta dónde lleva su escamoteo? Porque haber, hay de todo. Cientos de correos comprometedores en el affaire de la esposa del presidente, decisivos para abrir su procesamiento ante un jurado popular por al menos cuatro tipos delictivos distintos; fecha puesta para que el fiscal general que “depende” del Gobierno se siente en el banquillo; apertura de juicio oral en el extraño caso del director Azagra y Mr. Sánchez, músico y okupa… Y ahora, esto: en conjunto, un Himalaya de indicios que apuntan a la existencia de una o varias tramas de saqueo del Estado, a la financiación irregular del PSOE y al descalabro ético del entorno familiar de Pedro Sánchez. Demasiado para fiar la maniobra evasiva a cuatro consignas sobre lawfare o a veredictos auto-exculpatorios de urgencia. Hay que desviar la atención y desplazar el debate hacia… la paz mundial.

La rendición de cuentas sobre asuntos en que se es competente determinaría la resignación automática del cargo: ni pensarlo. Cualquier cosa antes que afrontar la intemperie.

Y cualquier cosa es cualquier cosa: lo que sea, incluidos la promoción y el aplauso de disturbios callejeros, la devaluación del crédito exterior de España, el uso partidista sin control parlamentario de recursos estratégicos o la precarización de nuestras capacidades defensivas. Cualquier medida, gesto o discurso, por demagógico y peligroso que resulte, entrará en el cálculo de un Gobierno al que nunca interesó el interés nacional porque no concibe nada que vaya más allá del provecho propio. Debatir si ese efecto obedece a una causa moral (un cinismo sin límites) o política (un sectarismo patológico) será un bonito tema sobre el que podrán discutir mañana los historiadores.

Lo relevante hoy es denunciar la malversación gubernamental de nuestra política exterior –en el momento más peligroso y complicado desde el final de la Guerra Fría–, la explotación partidista de los conflictos internacionales y su tratamiento como asidero para no resbalar en el propio charco corrupto: “Repita conmigo: ge-no-ci-dio”. El Gobierno, ese protectorado de minorías radicalizadas, nació y existe gracias a la misma lógica polarizadora que ahora atiza con saña de agonizante, usando combustibles cada vez más inflamables. Calcula prosperar –por lo menos aguantar– en el incendio.

Dijimos que el sanchismo terminal era un sanchismo singularmente peligroso. Lo estamos comprobando. Cuanto más acosado por la realidad, más empeño pone en deformarla al servicio de un propósito divisivo. Cuanto más expuesta su degradación personal y política, más enfática y menos matizada la adhesión a causas moralizadas pro domo sua. Cuanto más fraude, nepotismo y venalidad, más trompeteo complaciente diciendo estar “en el lado correcto de la historia”. A sobra de chistorras, buenas son flotillas.

Al sanchismo ya solo le quedan las pancartas que arrebate a su competencia extremista e intentar que la “tensión” –su oxígeno político– pase la esponja por nuestra memoria colectiva enjugando corruptelas cuya mancha viscosa no deja de crecer. Tratará de hacer olvidar una amnistía anticonstitucional, su entreguismo a los enemigos de la nación, sus negligencias culpables –en el suministro eléctrico, en las infraestructuras, en la protección de las mujeres–; su prestidigitación póstuma querrá distraer la atención de la ciudadanía y mantenerla atenta al teatrillo donde Sánchez finge tener algún papel en una trama sobre la “paz perpetua” que nadie toma en serio ahí fuera.

Este número de Cuadernos se publica con el propósito añadido de mantener despierto a nuestro público lector, invitándole a contestar la propaganda mendaz diciendo con nosotros: “tram-pan-to-jo”.