Grupo de Análisis FAES
El pasado 8 de junio, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en un evento virtual organizado por The Atlantic Council y German Marshall Fond, expuso sus ideas para un nuevo período de reflexión acerca de la misión y la estructura de la Alianza Atlántica en los próximos diez años. En el lapso de uno, la OTAN ha pasado de celebrar su 70 aniversario a centrarse en construir una alianza para el futuro. Stoltenberg afirmó que necesitamos una Alianza capaz de adaptarse a una nueva época y a una nueva sociedad internacional todavía naciente. El secretario general sostiene que son tres los propósitos que deben guiar la Alianza en un futuro: 1) mantenerse fuerte militarmente, 2) estar más unida en lo político, y 3) adoptar un enfoque más amplio a nivel mundial: “globalizarse”. Stoltenberg insistió en que no se trata de reinventar la Alianza sino de fortalecerla, bautizando su proyecto como “OTAN 2030”.
Las propuestas del secretario general decepcionan por obvias e insuficientes. Una alianza militar de defensa compuesta por los países miembros que comparten los valores democráticos tiene que mantenerse fuerte militarmente y unida políticamente para existir; la idea de fortalecer los vínculos entre la OTAN y los países afines –aunque no miembros de la Alianza– como Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón, es antigua (nuestro informe OTAN: una alianza por la libertad publicado en 2009 ya proponía “globalizar” la OTAN), aunque ahora se propone como un instrumento de equilibrio del poder con China en la Cuenca del Pacífico.
El secretario general acierta al diagnosticar que necesitamos a la OTAN para “defender las normas e instituciones mundiales que nos han mantenido a salvo durante décadas”, refiriéndose a la creciente preocupación por la influencia de China en instituciones internacionales como la OMS. En cuanto a las nuevas tecnologías 5G controladas por compañías chinas como Huawei, podrían dar a Beijing un enorme poder económico y de espionaje, por lo que la OTAN necesita “establecer las normas y estándares, en el espacio y el ciberespacio, sobre las nuevas tecnologías y el control global de armas”.
Son alentadoras afirmaciones como que la Alianza debe estar lista para “defender un mundo construido sobre la libertad y la democracia, no sobre el acoso y la coerción” o que “los desafíos a que nos enfrentaremos en la próxima década son mayores de lo que cualquiera de nosotros puede afrontar solo. Ni Europa sola, ni América sola. Por tanto, debemos resistir la tentación de las soluciones nacionales […]. La OTAN es el único lugar que une a Europa y EE.UU., todos los días”. Son alentadoras, en efecto, pero producen seria preocupación a causa de la gravísima crisis de la relación transatlántica, y de la falta de liderazgo de las democracias occidentales, que han abierto el camino al auge de todo tipo de “ismos” (populismo, autoritarismo, racismo, radicalismo). El futuro ya no es lo que era.
Los principios que guiarán “OTAN 2030” son necesarios pero insuficientes. En nuestro informe publicado el año pasado, La Alianza Atlántica 70 años después: de la reforma a la refundación, explicábamos con detalle por qué es necesario reinventar la OTAN para que tenga sentido su existencia en la tercera década del siglo. Las propuestas de Stoltenberg pueden garantizar la pervivencia de la OTAN como una organización burocratizada que ha fortalecido su vocación por la seguridad y misiones de paz, pero no puede asegurar los dos requisitos imprescindibles para su existencia, a saber: 1) la Alianza solo es posible desde el liderazgo de EE.UU., hoy cuestionado por falta de autoridad. Si no se logra recomponer una visión común y un consenso estratégico en Washington que dé estabilidad a su acción exterior, la Alianza acabará descomponiéndose. 2) La Alianza tampoco podrá sobrevivir sin un nuevo y creíble Concepto Estratégico que describa el conjunto de riesgos y amenazas y proponga respuestas viables y suficientemente compartidas. El último Concepto Estratégico es de 2010, y no se ha renovado por falta del consenso entre los Estados miembros, a pesar de que ha cambiado el contexto internacional y geopolítico y la percepción de peligros y amenazas.
Si no existiera la OTAN, habría que inventarla. Necesitamos una OTAN fuerte, pero hay que reinventarla para dar un impulso a la relación transatlántica y al liderazgo de las democracias occidentales.