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Pasar página sin cambiar de libro

Por decirlo sucintamente, las elecciones autonómicas celebradas en Cataluña nos retrotraen, por un lado, a las de 2010 y, por otro lado, a las de 2017. A las de 2010, por un porcentaje de participación –59,95% en 2010 y 53,56% en 2021– propio de las elecciones previas al “proceso”, sin por ello olvidar que ya entonces el nacionalismo había empezado a recalentar el ambiente. A las de 2017, por la persistencia de una polarización que –tanto en 2017 como en 2021– se percibe en la existencia de dos bloques –el bloque independentista y el bloque constitucionalista– impermeables. Conviene señalar que dicha impermeabilidad es fundamentalmente extramuros: son pocos los votantes que cambian de un bloque al otro. En cambio, sí ha existido permeabilidad intramuros: especialmente, porque el PSC se ha convertido en el partido útil del constitucionalismo. La pregunta: ¿por qué el descenso de la participación que nos devuelve a comicios anteriores al “proceso”? Porque, el constitucionalismo –la abstención diferenciada le ha perjudicado especialmente– cree que el “proceso” ya no es un peligro que exija la movilización. Un error de apreciación que hace que el independentismo –a diferencia de lo que ocurrió en 2017– sume más votos que el constitucionalismo. Pero no la mayoría de la que presumen si tenemos en cuenta que los votos independentistas –1.358.909– no llegan ni a un tercio –5.369.002– del censo electoral.

En cualquier caso, quizá porque ni Junts ni ERC han redactado la nueva hoja de ruta hacia la independencia, se ha impuesto la idea de “pasar página” –esa es la expresión preferida de Salvador Illa– del “proceso” en beneficio del diálogo. Retomaremos el asunto más adelante.

Así las cosas, ¿habrá gobierno en Cataluña? Las posibilidades existen. ¿Un gobierno independentista con o sin el concurso de la CUP? ¿Un tripartito socialista-independentista de izquierdas que el PSC justificaría con la necesaria transversalidad que requiere la solución del conflicto catalán y la urgencia de neutralizar el radicalismo de Junts? ¿Un bipartito de ERC y Comunes –el independentismo tranquilo, dicen– con el apoyo externo del PSC que garantice –tú me das y yo te doy– la estabilidad del PSOE en el Congreso de los Diputados? ¿Un gobierno en solitario de ERC con apoyos puntuales de los socialistas y los comunes? ¿Una paralización que conduzca a una repetición que clarifique la situación electoral, pero que no pretende sino concentrar el voto útil independentista? Más cuestiones: ¿cuál será el programa de investidura de Salvador Illa y cuáles serán las concesiones al independentismo? ¿ERC pactará con el PSOE sabiendo que fortalecerá a Junts? ¿Exigirá ERC la presidencia a Junts? ¿Una alianza táctica entre ERC y Junts? ¿Oriol Junqueras se impondrá a Carles Puigdemont? ¿Seguirá el bloqueo político?

En todo caso –más allá de la formación o no del gobierno en Cataluña–, la pregunta que conviene plantearse es la siguiente: pasar página del “proceso”, ¿por qué y para qué? Porque, el “proceso” independentista iniciado en 2012 ha colapsado y el unilateralismo se ha convertido hoy en recurso electoral. Porque el independentismo necesita acumular fuerzas para volverlo a intentar –no lo duden, lo volverán a hacer cuando la coyuntura les sea propicia– en un lapso de tiempo indeterminado. Porque el independentismo prefiere hoy negociar con el PSOE el indulto de los políticos presos y los políticos en rebeldía, así como una reforma pro reo del Código Penal que les beneficie. Porque Cataluña necesita el concurso del Estado para poder subsistir económicamente hablando.

Del por qué al para qué. Para conseguir una mejor financiación y un mayor número de competencias. Para conseguir mejoras substanciales –¿reforma del Estatuto?, ¿nuevo Estatuto?, ¿una suerte de referéndum de alcance por determinar?, ¿un Reino Unido de España a la manera del Reino Unido de Gran Bretaña?, ¿una devolution elevada al cuadrado?– del régimen autonómico del cual goza hoy Cataluña. Para continuar –el mandato del 1 de octubre, la política identitaria, la represión del Estado, el derecho a decidir, la República catalana– recalentando el ambiente hasta que –parafraseando el lenguaje de la física– se llegue a la temperatura de transición de fase o cambio de estado. Será entonces cuando lo volverán a hacer. En definitiva, el “proceso” podría pasar página sin cambiar de libro.