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Perú: 108 minutos de golpe de Estado

Perú ha vivido un “autogolpe de Estado” el pasado 7 de diciembre. No ha sido el primero, y conociendo la lógica política del Perú, no será el último. El golpe duró 108 minutos. Se pueden hacer muchas cosas en 108 minutos: jugar un partido de fútbol, hacer una reunión de trabajo, comer en un buen restaurante, pero desde luego no tomar un país.

Cuando estudiaba Ciencias de la Comunicación en Perú, una de las cosas que aprendimos en el primer año de Facultad era que un golpe de Estado comenzaba por cerrar el Congreso, sacar al ejército a las calles y controlar a los medios de comunicación. De allí la importancia de convertimos en buenos periodistas y conformar así uno de los pilares de la democracia.

Esa lección básica no la tuvo el depuesto presidente del Perú, Pedro Castillo. Su escasa formación, su nula trayectoria profesional y su alejamiento de la realidad gracias al ejercicio del poder político –de manera irresponsable y autoritaria– le llevó a perpetrar un golpe de Estado al Gobierno que él mismo presidía. Una huida hacia adelante, debido a las 51 causas judiciales por corrupción que le habían abierto en solo 16 meses de ejercicio como presidente de la nación. Todo un récord.

Pedro Castillo llegó a la presidencia representando a la clase olvidada del Perú. Un país con profundas desigualdades que vio al hombre que vivía con escasos recursos, en una zona de sierra pobre, maestro y sindicalista, como la encarnación de un posible gobernante que combatiera la brecha económica y social que dividía demasiadas décadas a su sociedad. Sin experiencia en la política ni en la Administración, lograba superar en 2021 a Keiko Fujimori, la candidata de la derecha, heredera del “fujimorismo” que fundó su padre.

El pasado corrupto y la destrucción de las instituciones que realizó Alberto Fujimori en sus gobiernos había sepultado las reformas legales que permitieron al país abrirse y crecer económicamente. Esa pesada herencia y su condición femenina –Perú es un país tradicional y machista, como casi toda Latinoamérica– había aupado a un candidato populista, desconocido y sin estudios, como Castillo. No soy feminista. Creo en la igualdad, pero tengo que reconocer que grandes candidatas como Lourdes Flores Nano en 2001 y 2006 (derecha) o Verónika Mendoza en 2016 y 2021 (izquierda), cuya fuerza política era indiscutible, no pudieron vencer la desconfianza social de que una mujer presida el país. Y Castillo es la prueba de ello.

Pedro Castillo asumió la presidencia el 28 de julio de 2021. Bajo la influencia de Vladimir Cerrón se escoró hacia la izquierda radical. Cerrón, médico que había estudiado en Cuba y que estaba en política desde 2005, se presentó como vicepresidente de Castillo en la campaña, pero una condena por corrupción le impidió ir en las listas electorales. Eso no le impidió ejercer su influencia sobre Castillo. De hecho, el país le consideraba el titiritero que movía los hilos presidenciales y su experiencia –corrompida y llena de argucias– en la Administración habría sido el modelo que seguiría Castillo.

Pedro Castillo estuvo inmerso en la corrupción desde que asumió al poder. Se enfrentó a un primer proceso de vacancia presidencial (moción de censura) en noviembre de 2021, a un segundo proceso en marzo de 2022 y el tercero, que estaba fijado para el 7 de diciembre de 2022 y que presumiblemente tampoco prosperaría, fue el detonante del autogolpe.

El Tribunal Constitucional había anunciado que podía ser procesado aun ejerciendo el cargo de presidente, y la necesidad de evitar los juicios legales y mediáticos hizo que Castillo se decidiera a cerrar el Congreso, evitar así la vacancia y proponer una Asamblea Constituyente que redactara una nueva Constitución, a su medida. Lo mismo que hizo Fujimori en 1992, cuando presidía un país bloqueado en el Congreso por la minoría parlamentaria de su partido, un terrorismo que azotaba al país y una economía agonizante que oprimía a sus ciudadanos. ¿Por qué entonces Fujimori salió airoso y con una nueva Constitución mientras Castillo fracasó? Porque quien aconsejara a Castillo no analizó la diferencia de las dos situaciones. Fujimori tenía el 84% de la aprobación social y Castillo apenas rondaba el 10%. Fujimori tenía al ejército de su lado y sacó su fuerza a la calle, Castillo ni lo había consultado. Fujimori presionó y sobornó a los medios de comunicación, Castillo se enfrentó a ellos durante su mandato.

Sí, la lección de cómo dar un golpe de Estado la estudiamos en las facultades y la conocen los que la han vivido (somos muchos millones de latinoamericanos tristemente los que hemos pasado por ello), pero Castillo y sus inexpertos asesores no la conocían. Por eso el golpe duró 108 minutos. Por eso la policía y el ejército sacó un comunicado diciendo que apoyaba la legalidad democrática. Por eso el propio escolta del presidente –un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado– recibió órdenes de no llevarlo a ninguna embajada para exiliarse sino a la prefectura, donde fue detenido. El golpe de Estado fracasó por no conocer la historia, la política y la realidad. Castillo no tenía aliados, ni experiencia y creyó que ejercer el poder es poder hacer lo que quisiera sin respetar las leyes y ejercer la corrupción impunemente.

La corrupción existe en Perú a muchos niveles, para desgracia nuestra. Se ejerce sin que a los ciudadanos se sorprendan excepcionalmente. Sin embargo, sí hay algo que me ha reconciliado con la Justicia, es que hay cinco expresidentes del Gobierno presos por corrupción. Lo curioso es que Castillo pensara que se iba a librar. Incomprensible viendo estos antecedentes. El director de Confilegal, un importante periódico especializado en Derecho en España, me señaló: “Ser presidente en Perú es una profesión de riesgo, que se pena con la cárcel”. No le falta razón. Por eso es importante la separación de poderes: es la forma de preservar la democracia. Y ayuda mucho cuando la gente es honesta.

108 minutos bastaron para que Perú estrenara a la primera mujer presidenta de su historia, Dina Boluarte. No fue elegida, es del partido de Pedro Castillo (Perú Libre) y su trayectoria profesional había sido como jefa de una oficina de Registro Civil, pero se ha declarado una demócrata y llevaba alejada de Castillo desde hace varios meses, por las incongruencias de su forma de gobernar. Ha llamado a la conformación de un Gobierno de unidad nacional para afrontar esta crisis política. Además, así lo exige la crisis económica tras la pandemia, el encarecimiento de los combustibles y la propia inestabilidad del Gobierno de Castillo, trufado de nombramientos de personajes poco formados, ministros que duraban pocas semanas y el constante hostigamiento a las empresas y a la economía liberal.

A menos de una semana del golpe no está claro el futuro político del Perú. Dina Boluarte señaló que cumpliría el mandato que finaliza en 2026. Parece que tampoco le quedaría otra opción legal, ya que no puede convocar elecciones sin cambiar la Constitución. Este fin de semana se ha mostrado dispuesta a abrir nuevamente las urnas a los electores. Héctor Ñaupari, abogado y analista peruano, me comenta que la continuidad de Boluarte estará ligada a sus propios intereses. Si consigue realizar alianzas con los distintos partidos se quedará en la presidencia para forjarse una carrera política que le ayude a desligarse de la sombra de corrupción de Castillo. Si no convence a los partidos de derecha, posiblemente se enfrente a su propio impeachment. Por el bien del país, esperemos que sus intereses confluyan con los de un Perú renovado y de desarrollo.

Las presiones de las protestas de los seguidores de Castillo –que se cobraron ayer dos muertos– ha obligado a anunciar a la nueva presidenta que convocará elecciones en 2024. Mientras, esperemos que pueda establecer un Gobierno de tecnócratas que estabilice al país y que devuelva la prosperidad económica que Perú había logrado construir lentamente antes de la pandemia. Al final, Perú podría cambiar de rumbo gracias a 108 minutos de locura política transitoria. Y eso nos puede parecer poco tiempo, muy poco tiempo para hacer algo importante, pero recordemos que fueron 108 minutos los que hicieron pasar a la historia a Yuri Gagarín por el primer vuelo espacial de nuestra historia. En fin, ya sabemos que el tiempo es relativo.


Jessica Zorogastua es profesora de la Universidad Rey Juan Carlos y experta en comunicación estratégica