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Plomo en las alas

La creencia en que una crisis de Gobierno puede enmendar el rumbo político de aquel carece de base en los hechos. Es más bien un espejismo que se suele desvanecer pronto. Mucha sangre nueva, relevo generacional, más presencia de mujeres y otros recursos habituales que por sí mismos no dicen nada de los nuevos ministros ni garantizan su eficacia ni su acierto.

Pedro Sánchez se ha decidido por esta enmienda a la totalidad al “Gobierno progresista” porque las cosas le van peor de lo que se podría imaginar, incluso a partir de las encuestas más optimistas para el Partido Popular. Parece que la derrota socialista en Madrid es bastante más extrapolable de lo que Sánchez reconocía y que a pesar de la habitual arrogancia del presidente del Gobierno –respondida con estrépito en los 29 minutos de su no encuentro con Biden– Sánchez habría acabado por reconocer que las cosas no van tan bien para sus propósitos.

Lo más preocupante para Sánchez tal vez sea comprobar cómo su sobrexposición mediática amiga y sus larguísimas alocuciones han dejado de tener efecto; que su buenismo retórico no encaja con su condición de “killer” polarizador y muchos españoles se están dando cuenta de ello; que hacer lo contrario de lo que se ha comprometido tiene un nombre y no es precisamente virtuoso.

Aun así, Sánchez lo va a intentar. Va a intentar que Campo, exministro de Justicia, pague por los indultos y por el fiasco de la reforma del Consejo del Poder Judicial. Va a intentar que González Laya pague porque Biden no le ha hecho el caso que él cree merecer y por una crisis fronteriza en Ceuta que atribuye a la responsabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores. Va a intentar que Ábalos sea un recuerdo borroso, rodeado de ruido de corruptelas e insinuaciones de traición. Va a intentar que Iván Redondo vea destruida la leyenda que se había levantado en torno a su figura y quede como un asesor fuera de control del que había que prescindir.

No es un Gobierno para la recuperación, es un Gobierno para la supervivencia, en la esperanza de que el cambio de ministros tape las grietas por las que ha entrado toda el agua que Sánchez cree haber achicado.

De los diferentes Sánchez que hay guardados, ahora toca el Sánchez moderado, tal vez conciliador, volcado en la gestión de los fondos europeos y abierto a acuerdos después de comprobar que la radicalización es un juego al que los españoles le han visto el truco. Seguramente aspira a acceder a esa franja central de electorado que se ha movido hacia el Partido Popular porque duda de que la compañía de la izquierda radical de Podemos, de los independentistas y de Bildu constituya una oferta presentable para las próximas elecciones generales.

Pero, por más que le pese a Sánchez y a su partido, eso es lo que hay. Sánchez ha llegado demasiado lejos en su estrategia de división, ha dejado demasiado terreno a los independentistas catalanes, ha blanqueado tanto a quienes siguen sin condenar el terrorismo que regresar de ese territorio hacia el de la moderación y la centralidad requiere mucho más que el efecto cosmético de un cambio en el Gobierno, por amplio que este haya sido.

Los indultos están ahí, como sigue presente en la memoria reciente el ignominioso acuerdo con Bildu para derogar “íntegramente” la reforma laboral. Tres decretos leyes dictados durante el estado de alarma y anulados por el Tribunal Constitucional, más el fallo sobre la inconstitucionalidad de aquel instrumento para imponer el confinamiento domiciliario, dan cuenta de hasta qué punto se ha embarrado el terreno de la ley, entre otras razones por la obtusa negativa del Gobierno a aceptar que es necesaria una legislación específica sobre pandemias. Sigue ahí esa mayoría Frankenstein a la que Sánchez y el PSOE confían su permanencia en el poder. Siguen ahí, intocables, los ministros y ministras de Podemos, como si con ellos no fuera la cosa, a modo de yacimiento arqueológico del comunismo en Moncloa.

Solo han pasado unos días desde los cambios en el Gobierno y dos temas de la mayor importancia política como Cuba y el fallo de Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma, ya han dado la medida de lo que se puede esperar. La nueva portavoz eludía las preguntas de los periodistas para no calificar a Cuba de “dictadura” –ellos tan aficionados a etiquetar a los demás– y la nueva ministra de Justicia se adentraba en la deslegitimación del fallo del Tribunal Constitucional, además de recurrir al argumento falaz, de impronta sanchista, de que el confinamiento ha salvado cientos de miles de vidas, cosa que el Tribunal no discute ni objeta. A lo que no se refirió la señora Llop fue a las presiones denunciadas por uno de los miembros del tribunal para decantar el fallo hacia las tesis del Gobierno.

Por mucho que se insista en el relato de un Sánchez maestro en sucesivas reencarnaciones, su crisis de Gobierno, además de dejar heridas en los salientes, ha sido el reconocimiento de que su apuesta ha fracasado y de que, por mucho que quiera levantar el vuelo, en las alas lleva demasiado plomo.