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Populismo à portuguesa: Marinho e Pinto y el nuevo Partido Demócrata Republicano (PDR)

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La gran sorpresa que se produjo en las elecciones realizadas el pasado 25 de mayo para elegir el Parlamento Europeo la protagonizó en Portugal António Marinho e Pinto. El exdecano del Colegio de Abogados desplegó en aquellos comicios un discurso anticorrupción y antipartidos, envuelto en la profundización de una democracia participativa, que permitió que el MPT (Partido da Terra), un hasta entonces minúsculo partido “centrista, ruralista y nacionalista”, consiguiera dos escaños en el Parlamento Europeo. Nunca antes este partido se había visto coronado por tal desempeño electoral: alcanzó más del 7% de los sufragios. «

Ángel Rivero, Universidad Autónoma de Madrid

 

La gran sorpresa que se produjo en las elecciones realizadas el pasado 25 de mayo para elegir el Parlamento Europeo la protagonizó en Portugal António Marinho e Pinto. El exdecano del Colegio de Abogados desplegó en aquellos comicios un discurso anticorrupción y antipartidos, envuelto en la profundización de una democracia participativa, que permitió que el MPT (Partido da Terra), un hasta entonces minúsculo partido “centrista, ruralista y nacionalista”, consiguiera dos escaños en el Parlamento Europeo. Nunca antes este partido se había visto coronado por tal desempeño electoral: alcanzó más del 7% de los sufragios. La explicación de tamaño éxito, inédito en la historia de esta agrupación, era que esta vez tenían un candidato muy potente: como decano del Colegio de Abogados de Portugal, Marinho e Pinto había fustigado a políticos de todos los partidos en su lucha contra la corrupción. Una lucha que había sostenido con dedicación y contumacia en cuantos estudios de televisión pudo visitar en programas de mañana, tarde y noche. Marinho e Pinto se había ganado allí el título de justo y la aureola de ejemplificar el combate contra la degradación de la política. La popularidad así conseguida le permitió dictar sentencia sobre los culpables de la crisis que asuela a Portugal desde hace ya demasiados años: los cinco partidos con representación en el Parlamento de Lisboa que, en su diagnóstico, han animado o tolerado una corrupción que ha venido a dar con la quiebra de la democracia iniciada el 25 de abril de 1974. Nos están llevando, clama en solitario, “al suicidio colectivo”. Unamuno, por cierto, calificó a los portugueses de “pueblo suicida”.

 

De la popularidad al populismo

Con el capital de la popularidad y el respaldo político del experimento de las elecciones europeas, Marinho e Pinto ha dado un paso más en su estrenada carrera política: la fundación del Partido Demócrata Republicano (PDR). Como no podía ser menos en un país que gusta tanto de la mitología política y de los grandes días de la Historia, la fecha elegida para la presentación del partido, el 5 de octubre pasado, remueve la conciencia de la identidad portuguesa. Fue en ese día, en 1910, cuando fue proclamada la República como resultado del descrédito de la monarquía de los Bragança y de su rotativismo parlamentario. Entonces, como hoy, la corrupción campaba a sus anchas, llenaba las páginas de los periódicos, y los que demandaban un cambio radical, un cambio de régimen, gritaban en la calle y en el parlamento: “robos, robos”.

Así pues, el partido presentado en Coimbra en la fecha señera señalada busca instalar, en medio de la incertidumbre de los portugueses, la promesa de la regeneración avalada por una figura impoluta que, por volver a los mitos políticos portugueses, evoca al deseado, al hombre providencial que salvará a Portugal en su hora más difícil, tal como reza la leyenda sebastianista, y que aparecerá en un día de niebla en el Terreiro do Paço lisboeta, el epicentro político del país.

Los analistas portugueses, aun concediendo el populismo evidente de Marinho e Pinto, han subrayado su carácter amable, por comparación con otros populismos más agrios que han aparecido en los países de la Unión Europea. Y esto no ha de sorprender en el país de los brandos costumes, donde la cortesía y la discreción condenan todo radicalismo verbal y gestual. Así, en el nuevo PDR no hay sitio para la xenofobia, como ocurre en los populismos de otros rincones de Europa, aunque ciertamente tampoco habría contra quién dirigirla: no hay inmigrantes en Portugal sino una gran ola de emigración que ya es la más importante de la historia de un país que siempre ha emigrado. Tampoco hay en el PDR una condena del régimen democrático nacido en 1974. Los partidos políticos son culpables pero no hay democracia sin partidos. El régimen se ha de regenerar en un sentido democrático, pero no se trata de cambiar de régimen ni de abrir un proceso constituyente, como piden los populistas de este lado del río Caia.

El populismo ha sido definido acertadamente como la doctrina que sostiene que los problemas de las democracias se resuelven con más democracia. Esto quiere decir que el populismo establece la idea de que los políticos son culpables de todos los males de las sociedades y que si la responsabilidad política es asumida por el pueblo directamente, éstos quedarán resueltos. El populismo establece como norma la desconfianza en los políticos y sacraliza una voluntad del pueblo, justa y buena, que es encarnada, claro, por el político populista. Éste dice: adulemos al pueblo y condenemos a los políticos. El pueblo no solo tiene juicio político, el pueblo es naturalmente bueno mientras que los políticos son, sostiene, naturalmente malos.

Así pues, Marinho e Pinto ha condenado a todos los partidos políticos con representación en la Asamblea de la República como igualmente culpables de los principales problemas del país. Estos problemas son, claro, los problemas creados por los políticos: corrupción; tráfico de influencias; promiscuidad entre política y negocios; endeudamiento del Estado; malversación del patrimonio público. ¿La solución? Crear un gran movimiento popular que obligue a los partidos a modificar su comportamiento. Dentro de este movimiento popular encontrarían su sitio “nuevos partidos y nuevas personas que aporten más honestidad a la política, más credibilidad a las instituciones democráticas y más esperanza a los portugueses”.

El PDR no es de izquierda ni de derecha, es el partido de la honestidad frente a los partidos de la corrupción y su proyecto político, en consonancia con la definición que antes señalé de populismo, es “perfeccionar la democracia política, la democracia económica y la democracia social”. Para ello es esencial romper con el monopolio que los partidos ejercen sobre el proceso democrático. Aquí resulta necesaria una democracia participativa en la que los ciudadanos tengan el papel protagonista que hasta ahora se reservaban los partidos: “cualquier ciudadano ha de poderse postular autónomamente a cualquier cargo público, sin depender de un partido político”, y los diputados han de ser “autónomos e independientes” de su partido político puesto que su compromiso es con los ciudadanos y no con su partido.

El PDR, que aún precisa de conseguir 7.500 firmas antes del 8 de noviembre para poder ser legalizado por el Tribunal Constitucional, ha conseguido atraer a su proyecto a antiguos políticos de la izquierda y la derecha portuguesa y ha captado la atención de la opinión pública de forma sobresaliente. Bajo las banderas de la “Libertad, Justicia y Solidaridad” aspira a “refundar la República y hacer un nuevo 25 de abril sin vehículos blindados y sin armas”. Todavía es muy pronto para atisbar el resultado de esta ambición pero, dejando al margen su singularidad, este proyecto señala un clima común europeo de descrédito de la democracia donde, con olvido de la historia, el populismo ha encontrado de nuevo una gran ocasión.

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