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¿Por qué la respuesta de la Administración Trump al COVID-19 se ha dejado en manos de los gobernadores estatales?

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La soberanía del Estado en el sistema federal de los EE. UU.

El federalismo norteamericano no solo se caracteriza por las subdivisiones del territorio y las administraciones burocráticas, sino por la existencia de dos soberanos dentro de la misma nación. La coexistencia de estas dos entidades de autoridad ha generado muchos desacuerdos, pero la mayor parte de las veces ha formado un verdadero sistema de colaboración que va desde los mismos comienzos de la República, aunque el país haya pasado por los avatares de la Revolución americana, la Guerra de Secesión y el Movimiento por los derechos civiles.

Durante más de una década después de la Revolución americana, los Estados Confederados eran solo eso, un grupo de estados libres bajo los Artículos de la Confederación de 1776, que solo se embarcaron en una transición hacia una verdadera república democrática durante la Convención Constitucional de 17871. Desde entonces, la frase «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos…» ha sido interpretada a lo largo de los años de diferentes maneras y por diversas razones. Surgieron dos teorías básicas: la «idea nacional», en la que la autoridad para gobernar directamente proviene del pueblo de los Estados Unidos a nivel federal; y la que se puede denominar la «teoría del pacto», en la que se cree que la existencia del Gobierno federal se debe a un «pacto» entre estados soberanos, y no al pueblo en su conjunto2.

Independientemente del sentimiento ideológico al que uno se adhiera, ya sea la defensa de la soberanía de los estados o la prevalencia de una nación fundada por la autoridad directa del pueblo frente a la indirecta, que es a través de esos mismos estados, la realidad actual, políticamente polarizada, se rige más por la inclinación partidista que por cualquier contexto ideológico e histórico. Tanto en la izquierda como en la derecha del espectro político, los derechos de soberanía de los estados se conjugan muy a menudo a petición de los interesados para hacer avanzar su programa político más que para defender cualquier ideología histórica de carácter federalista3.

Hoy en día, la esencia del sistema federal estadounidense no es la de un instrumento administrativo práctico que se usa para lograr una forma más eficiente de solucionar las necesidades de las poblaciones locales, como defendía el «nuevo federalismo» de Nixon. Ni siquiera es la postura más ideológica de Reagan que defiende los derechos de los estados como un impulso ideológico para una auténtica descentralización y un «gobierno pequeño». Tanto los republicanos como los demócratas utilizan frecuentemente las demandas judiciales estatales para ir en contra de la política pública defendida por la oposición. En realidad, el federalismo, usado como una herramienta de oposición para frustrar la política pública en lugar de un medio eficiente para administrar dicha política a través del Gobierno local, va en contra de la intención de Nixon cuando introdujo el término «nuevo federalismo» en primer lugar. Incluso antes de eso, el apoyo partidario o la falta de él oscilaba entre la defensa de la Unión por parte del republicano Lincoln, en oposición a los demócratas sureños del sector agrícola, y el New Deal de Franklin D. Roosevelt, que trajo consigo el concepto de «planificación nacional» federal. Esto fue seguido por la capacidad federal de Kennedy y luego de Johnson para conducir el país a través del Movimiento por los derechos civiles, sin tener en cuenta la soberanía de los estados sobre la segregación. Con el tiempo, los partidarios de un mayor federalismo, y por tanto de la descentralización, serían los republicanos conservadores, en particular Nixon y luego Reagan, que a su vez ofrecerían cada uno su propia marca de «nuevo federalismo» a la nación, en el que los estados volvían a hacer hincapié en su soberanía.

No obstante, hoy en día, tanto los republicanos como los demócratas utilizan el federalismo como un mecanismo partidista de oposición, que polariza, independientemente de que estén «a favor de la soberanía estatal» o no. Por ejemplo, los republicanos han utilizado de manera frecuente la soberanía judicial de los estados para intervenir en el funcionamiento de la Ley de Atención Asequible (ObamaCare), y los demócratas han considerado oportuno hacerlo en oposición a la Administración Trump en lo que respecta al control de las fronteras, la inmigración (es decir, las ciudades santuario) y el medioambiente. Curiosamente, hasta ahora, ha sido Trump el que ha presionado de manera constante por el predominio general del control federal durante su mandato mediante órdenes ejecutivas y proclamaciones unilaterales, y no al revés.

Al final, los que están a ambos lados del espectro político, aunque no estén motivados ideológicamente por ninguna tendencia descentralizadora, puede que utilicen los derechos soberanos de los estados para hacer avanzar su agenda política. Esto depende en gran medida del momento y de la oportunidad, no de una adhesión histórica al sentimiento de nación contra Estado, ni siquiera de la utilidad administrativa. Exacerbada por el carácter populista de la política estadounidense, en la que la polarización se exagera a su vez por las promesas arrolladoras destinadas a obtener apoyo electoral y no necesariamente un cambio y una mejora viables, la utilización partidista del sistema federal a ambos lados del espectro político intensifica aún más la polarización política, lo que a su vez lleva a promesas obsoletas, más división y menos cooperación.

La pregunta es: ¿es beneficioso para el pueblo estadounidense, especialmente durante una pandemia, seguir el mismo curso de luchas y divisiones internas que tenía antes del COVID-19, acompañado de un partidismo caótico de oposición? Además, ¿cómo encajan los esfuerzos electorales de Trump en ese caos, especialmente para un presidente populista que ha pasado todo su mandato usando esa misma división como una especie de oxígeno que alimenta el fuego que mantiene el apoyo de su base electoral? El estado polarizado de la política en los EE. UU., combinado con la pandemia, es el escenario para la tormenta perfecta. Al mismo tiempo, la percepción de la falta de autoridad de Trump dentro del sistema federal conlleva una falta de rendición de cuentas; y aunque no es una situación ideal, es el único resultado viable para una Administración que se apoya en gran medida en el éxito pasado de la economía –una economía que ahora se encuentra en una inevitable, pero para muchos simplemente autoimpuesta, depresión económica– y todo esto durante el año de reelección del presidente que ocupa el cargo.

En particular, en lo que respecta a la reapertura, trasladar esta competencia a los gobernadores de los estados con la consiguiente divergencia de respuestas de un estado a otro, tanto demócratas como republicanos, basada en un conjunto poco preciso de directrices que pueden o no seguirse, podría interpretarse como una falta de autoridad por parte del presidente. No obstante, en este caso la falta de autoridad, que puede atribuirse a la incapacidad legal de la Administración para tener control sobre los derechos soberanos de los estados, puede ser preferible a la alternativa: una respuesta nacional fuerte y coordinada a la crisis. Algunos gobernadores parece que están basando su decisión de reabrir no necesariamente en cuestiones de salud, sino más bien en base a la recesión económica. De hecho, algunos están reabriendo incluso antes de que haya un pico en los casos, más aún los republicanos, como Georgia Iowa, pero también algunos demócratas, como Minnesota y Colorado4.

Una vez más, la Casa Blanca ha publicado algunas pautas bastante cortas para la reapertura, y en contraste con la naturaleza normalmente dominante de Trump, se han considerado como solo eso: pautas y recomendaciones5. Al «lavarse las manos» en este tema, la responsabilidad final de la respuesta del Gobierno federal al virus también se lava, simultáneamente y de la manera más irresponsable. Esto no tiene nada que ver con un gobierno grande o pequeño, la centralización en lugar de la descentralización, la soberanía federal o estatal, sino con una falta de coordinación intencionada, una inclinación a la muleta del sistema federal para garantizar al menos una reorientación de la culpa, por supuesto, más que probable, solo si las cosas van mal. Además, es un intento de sobrevivir a la tormenta que el populista Trump ayudó mucho a crear, no la del virus, sino la de la actual naturaleza polarizada de la política americana.

[1] Library of Congress. “The Treaty of Paris” http://www.loc.gov/rr/program/bib/ourdocs/paris.html

Beer, Samuel HTo Make Nation: The Rediscovery of American Federalism, Harvard University Press: Cambridge Massachusetts, 1994, pp 1-25.

Blakeman, John C. & Banks, Christopher P. “The U.S. Supreme Court, new federalism, and public policy”, Controversies in American Federalism and Public Policy, Routledge: London, 2018 pp 1-13.

Mervosh, Sarah & Lee, Jasmine C. See Which States Are Reopening and Which Are Still Shut Down”The New York Times, Updated April 27, 2020, www.nytimes.com/interactive/2020/us/states-reopen-map-coronavirus.html

The White House, Guidelines: “Opening Up America Again”https://www.whitehouse.gov/openingamerica/#criteria

Traducción de María Maseda Varela