A finales de marzo se ha detectado una actividad mayor de tropas militares rusas a lo largo de su frontera con Ucrania. Desde entonces, disparos esporádicos entre rebeldes prorrusos en las regiones de Donetsk y Lugansk y las Fuerzas Armadas de Ucrania (cuyo balance, por ahora, es de cuatro soldados muertos y dos heridos de la parte ucraniana) amenazan con romper el frágil alto el fuego que se estableció en los Acuerdos Minsk II en 2015.
El movimiento de varios batallones de grupos tácticos (parecido al de los refuerzos fronterizos en 2014 y 2015, a raíz de la anexión de Crimea) y el anuncio del Ministerio de Defensa de Rusia de inminentes maniobras militares a menos de 70 kilómetros de la frontera de Ucrania, han planteado tanto en Kiev como entre los aliados de la OTAN, la sospecha de que Rusia pretenda invadir Ucrania.
Pero el objetivo del Kremlin no es invadir Ucrania sino coaccionarla y, de paso, insuflar ánimo en los rebeldes prorrusos. Y, sobre todo, tantear a la Administración de Joe Biden para comprobar hasta qué punto está dispuesta a defender Ucrania.
Después de la anexión de Crimea en 2014, y del comienzo de la guerra en el sureste de Ucrania, el Kremlin trasladó algunos regimientos a la frontera común. Dichos regimientos se establecieron de forma permanente. Su función principal ha sido desde entonces servir como primera línea de apoyo en retaguardia a los rebeldes prorrusos. El objetivo de los actuales movimientos de tropas es aumentar este apoyo y las capacidades operativas de los regimientos que se trasladaron allí en 2014. Antes de estos últimos movimientos, el Kremlin había lanzado una campaña de desinformación acerca de que Kiev estaba preparando una contraofensiva para recuperar el control de Donetsk y Lugansk. Varios medios de comunicación se hicieron eco de “la preocupación” del Kremlin porque Ucrania pudiera provocar una escalada militar en la región. Por tanto, el principal mensaje ruso es para el Gobierno de Kiev: Moscú no va a permitir que el Gobierno ucraniano recupere el control de su territorio.
Rusia no necesita invadir Ucrania por dos razones principales: 1) anexionando Crimea ha cumplido con lo que considera el objetivo principal de su seguridad nacional: garantizar la permanencia de su Flota en el Mar Negro e impedir la entrada de Ucrania en la OTAN; 2) los Acuerdos de Minsk II son muy favorables para los intereses rusos porque implican una amplia autonomía de Donetsk y Lugansk y, en consecuencia, una amplia influencia de Moscú en esta región. Rusia es el país más grande del mundo, no necesita más territorio, pero sí más control en el espacio postsoviético para mantener su hegemonía en el mismo.
La intención del Kremlin no es invadir Ucrania, sino poner a prueba a la Administración Biden, tomar la temperatura a Washington y recordarle que mantiene la superioridad militar en fuerzas convencionales en su frontera con Ucrania, lo que, por ahora, le facilita el control de Donetsk y Lugansk e impide el acercamiento de Ucrania a la OTAN y a la UE.
Los últimos acontecimientos en la frontera entre Rusia y Ucrania son una prueba más de que la Unión Europea necesita una clara estrategia hacia Rusia, que solo puede alcanzar a través de la unidad interna respecto a Moscú (por ahora aglutinada alrededor de la imposición de las sanciones al Kremlin, pero poco más), así como de un papel activo de EE. UU., porque la frontera oriental de la UE siempre ha sido la primera línea de defensa de EE. UU.