Idioma-grey
Search
Close this search box.

Prigozhin y Putin

El motín de Yevgeny Prigozhin, el más conocido mercenario de la guerra en Ucrania, aunque fue interpretado como la primera señal del comienzo de una revolución y un posible cambio de régimen en Rusia, es consecuencia de dos factores: en primer lugar, las tensiones existentes desde 2015, tras la fundación de Wagner, entre los mercenarios y la cúpula militar de Rusia intensificadas ahora con la guerra en Ucrania. Y, en segundo término, el empeoramiento de la relación personal de dos viejos amigos, Prigozhin y Vladímir Putin. Está por ver hasta qué punto este amago de putsch puede influir en el deterioro del poder del presidente ruso.

El grupo Wagner no es una empresa militar privada siquiera bajo los estándares rusos. Las empresas militares privadas están impulsadas, como cualquier entidad comercial, por estrategias orientadas a los negocios. La lógica detrás de Wagner es diferente. Wagner siempre ha dependido de cuatro instancias: la Agencia de Inteligencia Militar (conocida como GRU), las Fuerzas Armadas, la Agencia de Seguridad Estatal (antes KGB, ahora FSB) y el propio Putin. Además de servir para aumentar la riqueza personal de Prigozhin, Wagner ha sido utilizado para servir de apoyo en operaciones militares sin participación directa de las fuerzas armadas rusas, cuando su despliegue no era posible ni deseable, o ambas cosas a un tiempo.

Vladímir Putin, desde su llegada al poder, ha fomentado la rivalidad entre los cuerpos de seguridad estatal, así como entre los oligarcas y las elites políticas, para presentarse como el único arbitro en todos los conflictos. Wagner era un instrumento para contrarrestar el poder de las Fuerzas Armadas, y posiblemente es la institución más opaca y corrupta de la Federación Rusa. El hecho de que Putin apoyara la creación de Wagner, o incluso de la Guardia Nacional, refleja que dudaba de la lealtad de la cúpula militar y que pretendía tener su “propio ejército”.

En el contexto de la guerra en Ucrania, Prigozhin rechazó subordinarse a las órdenes del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y a las del jefe de Estado Mayor, Valeri Gerásimov. Ya desde el comienzo de este pasado mayo, Prigozhin había venido intensificando las acusaciones de ineptitud hacia la cúpula militar rusa. Y su marcha hacia Moscú no ha sido sino un acto desesperado de rechazo ante la exigencia de firmar un contrato que subordinaba su organización al mando de Shoigú, porque sus tropas ya se habían retirado de las zonas de Ucrania en las que luchaban y porque Wagner es una fuerza ofensiva que para el Kremlin en este momento no es la más necesaria, dado que su estrategia es de defensa ante la contraofensiva ucraniana.

La relación entre Putin y Prigozhin había sido íntima: este último había sido en su momento cocinero del primero, lo que refleja el grado de confianza alcanzado y más ante el temor paranoico de todos los sátrapas a ser envenenados. Sin embargo, el motín de Prigozhin ha finiquitado esta confianza y demostrado que las rivalidades fomentadas por Putin han terminado por salir a la luz. Su consecuencia primera es que el mercenario dejará de ser usado por Putin como un instrumento de equilibrio del poder en su relación con las Fuerzas Armadas.

Pero la consecuencia más relevante de lo ocurrido durante la noche del 23 al 24 de junio es el final del aura de Putin como gran árbitro entre la dividida elite rusa. Como también es el fin de la imagen de estabilidad interna de Rusia. Sin embargo, no nos engañemos, el régimen de Putin puede estar debilitado, pero no acabado. Todavía dará mucha guerra.