Anotaciones FAES 53
Se publica que el Tribunal Constitucional prevé anular la decisión del Parlament de Cataluña que abrió la nueva legislatura autonómica. Hace diez meses, la mesa de edad aceptó la delegación del voto de los prófugos Puigdemont y Puig, en búsqueda y captura. Valorar con acierto hechos tan alucinantes como este exige no descuidar ciertos marcos previos. Por ejemplo: en la España de Sánchez la inconstitucionalidad de algo no resta efectividad política a ese algo si beneficia a Sánchez. A esto hemos llegado: a que la “izquierda transformadora” haga de mayoral en una nación transformada en cortijo para señoritos.
No es ninguna hipérbole: Puigdemont no podrá votar desde su mansión de Waterloo lo que se debata en la cámara catalana. Sin problema: seguirá vetando presupuestos nacionales, pervirtiendo leyes y dictando disparates caprichosos. Podrá hacerlo porque sus siete votos en el Congreso apuntalan a Sánchez en Moncloa; literalmente: lo tienen cosido a la poltrona, tan sujeto que no puede mover un dedo sin autorización. Que su “trono” sea un cepo no parece molestarle porque solo lo quiere para sentarse, con el permiso de quien decide cuándo debe “mover el culo”. Todos contentos: Sánchez puede escribir “presidente del Gobierno” en sus tarjetas de visita y Puigdemont ejercer como soberano en términos schmittianos: decidiendo sobre el “estado de excepción”. El excepcionalismo sanchista permite a Puigdemont ahorrarse el tedio de sesiones plenarias retransmitidas desde el Parque de la Ciudadela; no necesita conexión remota a ningún escaño en Barcelona. Para qué, si tiene el mando a distancia sobre toda España.
Un prófugo con residencia en el extranjero, sin derecho a voto en un parlamento autonómico del que es miembro en fraude de ley, impone condiciones al gobierno nacional, negocia de potencia a potencia y, en definitiva, condiciona decisivamente la estabilidad política del país. Así se desguaza un Estado. De la mano de Sánchez, España se va pareciendo cada vez más a un botín. En cuanto a su dirección política… ¿cabe todavía usar la expresión socios de gobierno? Hablemos con propiedad: cómplices de latrocinio.