El Führer quería anexionar Rusia hasta los Urales y esclavizar a la población soviética. Hitler sabía muy bien cómo matar a los ajenos. Stalin mataba aún más y mejor, pero a los propios, incluyendo la práctica totalidad de la oficialidad del Ejército Rojo y de la Armada en los años anteriores a la Guerra.
Escritor. Licenciado en Derecho por la UCM y en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia, NY
El Führer quería anexionar Rusia hasta los Urales y esclavizar a la población soviética. Hitler sabía muy bien cómo matar a los ajenos. Stalin mataba aún más y mejor, pero a los propios, incluyendo la práctica totalidad de la oficialidad del Ejército Rojo y de la Armada en los años anteriores a la Guerra. Ambos, procedentes de la rica tradición socialista autoritaria, nacional socialista y bolchevique, respectivamente, se habían maridado estratégicamente en el llamado Pacto Ribbentrop-Molotov.
Cuando la Wehrmacht invadió por fin el 22 de junio de 1941, las purgas de Stalin convirtieron la Operación Barbarroja en un paseo en los tres frentes (Leningrado al norte, Moscú en el centro y Ucrania al sur). La supervivencia de la Unión Soviética, y de la propia nación rusa, parecía entonces un milagro. Stalin hacía planes para evacuarse a Siberia. El invierno sorprendió a los alemanes detenidos delante de Leningrado y Moscú, pero con la expectativa de forzar la maquinaria en la primavera de 1942. Fue un tiempo precioso para la recuperación soviética.
En el sur, llegado el mes de abril de 1942 los alemanes reanudaron su carrera, a través del Don y del Volga hacia los yacimientos de petróleo del Mar Caspio. Stalingrado, en la margen occidental del Volga, se antojaba vital, no sólo en ese avance, sino también para estrangular el suministro de energía del propio Ejército Rojo. La ciudad, sin embargo, se hallaba en el punto más estrecho entre el Don y el Volga (40 kilómetros) y Hitler despreciaba lo arduo y dilatado de sus líneas de suministro y el riesgo de ser rodeados, en un espacio muy estrecho y con dos ríos a cada lado, si no se tomaba la ciudad con rapidez. Las operaciones comenzaron en julio, pero no fue hasta agosto cuando, en cuestión de días, el Sexto Cuerpo alemán y la Luftwaffe destruyeron la ciudad. Pero la resistencia del Ejército Rojo, con el Volga a su espalda, empantanó a los alemanes en una lucha cuerpo a cuerpo y edificio por edificio. La Wehrmacht nunca pudo, y nunca podría ya después, atravesar el Volga.
El mariscal Zhukov, Comandante Supremo de todas las fuerzas soviéticas en la práctica (el que ostentaba el título era Stalin) y su jefe de Estado Mayor, el general Vasilievski, idearon la estrategia envolvente del Ejército Rojo, bautizada como Operación Uranus, que embolsó a las tropas del general Von Paulus alredor de Stalingrado hasta la extenuación de tropas y armamento. Von Paulus se rindió el 2 de febrero de 1943, dejando por el camino a 150.000 alemanes muertos y 90.000 prisioneros, además de 2 millones de víctimas civiles y militares del lado ruso. Era la primera derrota alemana y se la había infligido el coraje y el patriotismo de todo un pueblo, a despecho de su incalificable liderazgo político.
El pueblo soviético y su ejército pusieron más de 20 millones de muertos. La victoria en la Segunda Guerra Mundial, más que a ninguna otra nación, le pertenece a ese efímero fenómeno –real sólo entre 1941 y 1945– llamado pueblo soviético.