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Reelección de Almagro: buena noticia contra el virus totalitario

La grave pandemia del COVID-19 está haciendo pasar desapercibidas algunas buenas noticias, como la reelección de Luis Almagro como Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Luis Almagro, canciller en el Gobierno uruguayo de 2010 a 2015, proviene de una socialdemocracia que sí cree en la democracia liberal, y no ha dudado en enfrentarse sin ambages contra el virus de un populismo totalitario que, con la inspiración y apoyo del castrismo, sigue presente en buena parte del continente americano, tras permanecer confinado durante sesenta años en los palacios del poder totalitario de La Habana.

Los primeros cinco años de Luis Almagro al frente de la OEA se han caracterizado por la firme defensa de los valores democráticos y por la denuncia de los totalitarismos persistentes en América Latina. Su apoyo ha sido por ejemplo determinante para que más de 50 países reconozcan a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela; para que se divulguen las reiteradas violaciones de derechos humanos de los regímenes de Nicolás Maduro y Daniel Ortega; o para que el ahora prófugo Evo Morales se viera obligado a abandonar la presidencia de Bolivia tras un informe de la OEA que demostraba el fraude cometido en las elecciones presidenciales de octubre de 2019. Esa firme defensa de los valores democráticos le hizo justo merecedor del Premio FAES de la Libertad 2018.

El resultado de la reciente votación en la OEA refleja de forma gráfica la persistencia de una polarización entre quienes defienden la democracia liberal y los partidarios de regímenes populistas de inspiración marxista para la región. Entre quienes apoyaron la candidatura de Luis Almagro se encuentran Canadá, Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y la Venezuela de Guaidó, entre otros. Enfrente, apoyando la candidatura de Espinosa, la excanciller del prófugo de la justicia Rafael Correa, se encontraban Venezuela, Nicaragua, México, Argentina y algunos satélites caribeños del chavismo. Resulta evidente a ojos de cualquier entendedor cuál de las dos candidaturas representa la América Latina de la libertad, la democracia, el Estado de Derecho y la prosperidad, y qué otra representa exactamente el polo opuesto.

No son pocos los retos a los que se enfrenta Almagro en este nuevo mandato, incluido el de la gigantesca lucha contra otro virus, este sí, real. La alerta sanitaria causada por el COVID-19 está provocando ya una revolución global en numerosos ámbitos de nuestras vidas, y dejará una profunda huella en el largo plazo. Cuestiones esenciales de nuestras sociedades como la política, la democracia, las instituciones, las ideologías o los liderazgos se van a ver transformadas por profundos cambios cuando consigamos ver los acontecimientos actuales con la distancia necesaria para administrar la conmoción a la que nos hemos enfrentado.

La gestión de esta crisis global en América Latina va a profundizar las diferencias entre las dos Américas referidas. Por desgracia, la irresponsabilidad de los gobernantes populistas se hará aún más patente al ponerse de manifiesto su incapacidad de gestionar los problemas reales. Esta vez la propaganda y los discursos huecos serán incapaces de encubrir los liderazgos vacíos que apelan a lo emocional y sus ideologías fracasadas, en lugar de centrarse en resolver de manera eficaz los problemas reales. Ello tendrá su coste en vidas humanas, en subdesarrollo y en mayores brechas sociales. Aunque no corresponda a la OEA liderada por Almagro gestionar la catástrofe causada por la pandemia, su voz seguirá siendo relevante para alertar a América Latina y al mundo en general de cuál es el mejor camino a seguir.