Por ignorancia o impostura, o las dos cosas a la vez, Pedro Sánchez se toma como un insulto ‘El otoño del patriarca’, el título de la novela de Gabriel García Márquez con evocaciones de decadencia crepuscular que tan bien se corresponden con el estado del Gobierno, la decadencia, se entiende.
Pero, en fin, si Sánchez considera que eso es un insulto en vez de un sutil recurso retórico, a la luz de lo visto en el debate del Senado tal vez cuadre mejor al presidente describir su etapa otoñal como el ‘Relato de un náufrago’, otra extraordinaria novela de García Márquez, una gran aventura basada en un hecho real que por breve está al alcance de todos, también de Sánchez.
Su furibunda descalificación del líder de la oposición, dicen que busca movilizar a la izquierda. “Nos interesa la tensión”, dijo Rodríguez Zapatero en 2008 cuando creía que los micrófonos estaban cerrados. Interesa la tensión para movilizar a un electorado que va desconectando de manera continuada de un personaje que deposita sus esperanzas de recuperación en la práctica del navajeo contra la oposición.
Pero todo tiene un precio y, en este caso, Sánchez ya no podrá utilizar esa acusación de “crispar” dirigida al PP que tanto gusta a la izquierda. A él, desde luego, se le ve crispado y proyecta lo que sufre. Queda claro que a Sánchez le interesa la tensión y que va a buscar provocarla en cada paso que den él, sus ministros y sus portavoces.
Se empeña en hacer creíble esa fabulación sobre los “poderes oscuros” que habrían puesto a Alberto Núñez Feijóo al frente del Partido Popular. Como en el PP –a diferencia de las marrullerías de Sánchez– no ha habido urnas escondidas sino un proceso bien conocido de elección, todo el mundo sabe quiénes han situado a Núñez Feijóo. El problema para Sánchez es que todos sabemos quién le ha puesto a él donde está, quién le mantiene y a qué precio. Y, sinceramente, para poder oscuro real, los secesionistas catalanes, autores de las ignominiosas jornadas del 6 y el 7 de septiembre de 2017 cuando se atropellaron los derechos más elementales de los ciudadanos en Cataluña y se atentó contra su representación política. Y para poder oscuro y siniestro, el que Sánchez ha concedido a Bildu.
Sánchez quiere presentarse como un patriarca dadivoso y benefactor a costa de un dinero que no es capaz de generar, con la coartada de que lo permite una Unión Europea que empieza a ofrecer síntomas preocupantes de fragmentación y desconcierto en una situación que amenaza con desbordar su capacidad de respuesta política y económica.
Se jactó de que la recaudación tributaria ha aumentado un 18% este año. Y cuando se recauda más cuando la economía se contrae, como es el caso, la explicación radica en la inflación. Es el empobrecimiento de los españoles por efecto de la inflación lo que permite a Sánchez sacar pecho, inasequible a las peticiones de que deflacte la tarifa a las rentas medias y bajas. Es decir, los socialistas conceden a los contribuyentes vascos y navarros –en ambas comunidades gobiernan en coalición con los nacionalistas– lo que niegan al resto de los contribuyentes.
Pronto el optimismo será objeto de un decreto-ley y se impondrá como una obligación, a pesar de que el trecho que separa el triunfalismo oficial de la realidad vivida por la mayoría de los españoles no deja de aumentar. Su “prometo, prometo, prometo” suena risible. El manoteo de náufrago o la actuación de “un matón pendenciero de arrogancia incontenible” (Ignacio Varela), cualquiera de estas imágenes parece ajustada a un presidente descontrolado que, en vez de reforzarlo, pone a prueba todos los días la resistencia del sistema democrático e institucional de España.
Pedro Sánchez debería saber que aplicarle el título de una novela no le asimila a su protagonista, ni al dictador de El otoño del patriarca ni tampoco al héroe del Relato de un náufrago. En realidad, lo que Sánchez ha escrito en el Senado es un delirante capítulo de su propia ‘crónica de una muerte –política– anunciada’.