La extraordinaria victoria de Matteo Renzi en las elecciones primarias a la secretaría del Partito Democratico el pasado 8 de diciembre constituye la primera buena noticia para el sistema político italiano. Tanto España como Italia viven en condiciones de asfixia económica, una asfixia inducida por sus debilidades estructurales en el actual contexto del sistema monetario europeo y de sus reglas: pero en España el sistema político está en el lado de los assets, y en Italia está en el lado de los liabilities.
«Michele Salvati, Facoltà di Scienze Politiche, Università di Milano
(Traducido del italiano por José Ruiz Vicioso)
La extraordinaria victoria de Matteo Renzi en las elecciones primarias a la secretaría del Partito Democratico el pasado 8 de diciembre constituye la primera buena noticia para el sistema político italiano. Tanto España como Italia viven en condiciones de asfixia económica, una asfixia inducida por sus debilidades estructurales en el actual contexto del sistema monetario europeo y de sus reglas: pero en España el sistema político está en el lado de los assets, y en Italia está en el lado de los liabilities.
Por qué están así las cosas fue la cuestión que traté de explicar en un largo ensayo, “¿Dos Naciones? Sociedad civil, Gobierno y Política en la Italia de Berlusconi”,publicado en el libro coordinado por Víctor Pérez-Díaz Europa ante una Crisis Global (FAES, Madrid 2012), y a él me remito al respecto. La historia contada en aquel ensayo se interrumpe al inicio de 2011, pero desde entonces las malas noticias han continuado. El gobierno que parecía tener una sólida mayoría en el parlamento –Berlusconi– se vio obligado a dimitir ante su incapacidad para afrontar la crisis económica. El presidente de la República formó entonces un gobierno “técnico” dirigido por Mario Monti (noviembre de 2011) que tras algunas reformas estructurales importantes se vio asimismo forzado a dimitir, convocándose elecciones anticipadas en febrero de 2013.
En estos comicios se produjo otra mala noticia: un movimiento populista encabezado por el actor cómico Beppe Grillo, alimentado por un radical desprecio hacia los políticos y los partidos –de izquierdas o de derechas–, obtuvo un éxito arrollador, con resultados similares a los del Partito Democratico y el Popolo Della Libertà. Dado el sistema electoral italiano y la necesidad de contar con mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, el país resultaba ingobernable, a menos que dos de los tres grandes partidos se aliasen. Tras una travesía política que el Partito Democratico gestionó pésimamente (estaba de por medio también la elección del presidente de la República), fue reelegido presidente Giorgio Napolitano, quien encargó al democratico moderado Letta formar un gobierno de amplio consenso entre el Partito Democratico y el Popolo Della Libertà.
Quien quiera hacerse una idea del desorden político italiano no tiene más que comparar el modo en que se llegó a esta solución con el que alcanzó la grosse Koalition alemana. Posteriores turbulencias se desencadenaron el verano pasado con motivo de la primera condena penal definitiva de Silvio Berlusconi y su tentativa de hacer caer el gobierno de Letta. Esto fue impedido por la marcha de un número suficiente de sus parlamentarios, que crearon un nuevo grupo denominado –con escasa fantasía– Nuovo centro destra. En resumen: el gobierno pasó a estar sostenido por este nuevo grupo, por el Partito Democratico y por los centristas Monti y Casini, y en la oposición quedaron los grupos personalistas y populistas: el movimiento de Grillo y el partido de Berlusconi, rebautizado con su viejo nombre Forza Italia.
Es en esta situación en la que se ha producido, dentro del Partito Democratico, el extraordinario éxito del joven alcalde de Florencia. No creo que las razones de este éxito estén en un improvisado vuelco en las orientaciones ideológicas prevalentes entre los electores y militantes de este partido –Renzi seguramente esté más cercano a los valores liberal-democráticos que a los socialdemócratas/católicos del líder precedente–, sino en el agotamiento del appeal de estos viejos relatos ante el electorado de izquierdas y en la mayor apreciación de la capacidad de liderazgo de los candidatos al gobierno. La derrota electoral –como tal fueron vividos los resultados electorales de las elecciones de febrero de 2013 por la izquierda– y la extendida percepción de confusión e incertidumbre en la gestión de las sucesivas crisis por parte de la anterior dirección, explican buena parte del triunfo de Renzi. No todo, sin embargo. El resto se explica por su indudable capacidad de liderazgo, por la valentía con la que ha mantenido su desafío y por su juventud y carisma personal que permiten compararlo con Tony Blair.
Pero la tarea de Renzi es mucho más complicada que la de Blair en 1997. Este se movía en un contexto político sólido y en condiciones económicas favorables. Le bastaba la derrota electoral de los Tories, agotados tras cuatro legislaturas en el gobierno. Renzi debe sobre todo colaborar con Letta y Napolitano –y no será fácil– para construir un sistema constitucional y electoral que le permita vencer en un duelo con dos agresivos adversarios –Grillo y Berlusconi– capaces de movilizar al electorado desencantado, temeroso y hostil a los partidos. Solo tras haber superado esta primera prueba podrá afrontar una segunda, vencer en las elecciones y gobernar. Gobernar haciendo entender a los italianos que los espera un largo periodo de dificultades económicas en el que deberán llevarse a cabo algunas de esas reformas que rechazaron llevar adelante cuando las circunstancias económicas eran bastante más favorables.
La victoria de Renzi y la eliminación del viejo aparato de control católico-comunista del Partito Democratico son buenas noticias. Temo, sin embargo –y espero equivocarme– que la larga serie de malas noticias no haya terminado todavía.
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