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Sabedlo bien

El pueblo de Monells, situado en el Baix Empordà, en la provincia de Gerona, posee una de las plazas porticadas más bellas del mundo. A esa plaza Mayor rectangular, con casas porticadas, de origen medieval; a ese Monells en donde destacan también la plaza del Oli y la bonita calle de los Arcos, así como la iglesia de San Genís del siglo XI, llevó Josep Piqué a su esposa Gloria Lomana el año 2008. Para que conociera y sintiera Cataluña como él la sentía. Lo cuenta la propia Gloria Lomana en su brillante y emotiva intervención en la entrega del XII Premio FAES de la Libertad a Josep Piqué a título póstumo. Josep Piqué, sin duda uno de los grandes de la política española de las últimas décadas.

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Gloria Lomana: “Sabedlo bien”. Y prosigue: “Tuvimos que marchar apresuradamente acorralados por los violentos no tolerantes con la libertad de pensamiento”. La “anécdota” de Monells –la huida acelerada de la pareja de visitantes impropios de la Cataluña integrista– es la imagen estremecedora de lo que nos vendría después. Ese ambiente de animadversión y rencores. Ese, dice Gloria Lomana, “enfrentamiento entre catalanes por pensar distinto y tener ideas diferentes que alcanzaría a las familias y a los amigos”. El señalamiento, la exclusión y persecución “de quien ama la libertad, de quien cree que la democracia no es gobernar para la mayoría sino atender a todas las minorías, del individuo dialogante que tiende puentes y jamás levanta barreras”.

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Sabedlo bien: ocurrió en 2008, dos años antes de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y la correspondiente e inmediata manifestación –“Somos una nación, nosotros decidimos”: 250 metros cuadrados de pancarta– por el Paseo de Gracia contra la sentencia, encabezada por el presidente socialista de la Generalitat de Cataluña; ocurrió cuatro años antes del “proceso” y nueve años antes del golpe. Sabedlo bien: el nacionalismo catalán es eso y el “proceso” era/es también eso. Deslealtad institucional y constitucional. Un hachazo a la democracia liberal. Una secesión planificada –sin pausa y con prisa: “el mundo nos mira”, decían– que cuenta con sus colaboradores por acción u omisión.

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Sabed también –es la lección que se desprende de la fugaz visita de Gloria Lomana y Josep Piqué a Monells– que el problema –conflicto, le llaman– de Cataluña no es España. El problema de Cataluña está en Cataluña. El problema de Cataluña es el nacionalismo catalán. El problema de Cataluña es la denominada cuestión nacional catalana promovida por el nacionalismo catalán. El problema de Cataluña es la concepción nacional de Cataluña impulsada hoy por un nacionalismo catalán de derechas –Junts y ERC– y de izquierdas –PSC y Comunes– siempre dispuesto a recalentar el ambiente y sacar tajada. Ya saben, impunidad por poder.

El problema de Cataluña es el narcisismo de las pequeñas diferencias y la afirmación heráldica de un nacionalismo esencialista y providencialista que tiene la mala costumbre de señalar el correcto camino que seguir bajo amenaza de exclusión. De ahí, la espiral del silencio que se instala en Cataluña.

Un nacionalismo que tiene una concepción neopatrimonialista de la historia, la sociedad y la política: la invención y sacralización de unas señas de identidad que diferencian lo propio catalán de lo impropio español; la creencia de que la identidad nacional catalana es la encarnación de una continuidad que define a los ciudadanos nacionales catalanes; la inmersión del individuo en una comunidad y tradición que impone una determinada manera de ser y estar que asegure la permanencia de la identidad y voluntad nacionales; un pensamiento binario que gira alrededor de la dicotomía inclusión de lo mío versus exclusión de lo ajeno; el esfuerzo por modelar un colectivo nacional en detrimento del individuo; la limitación de los derechos individuales como ocurre con el uso de la lengua española; el derecho natural a que gobierne el Nosotros y no el Ellos.

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A lo anterior –ahí surge el uso y abuso del victimismo y la autoflagelación mórbida–, hay que añadir el pánico que siente el nacionalismo catalán ante cualquier desnaturalización o disidencia.

Por eso, Gloria Lomana y Josep Piqué tuvieron que “marchar apresuradamente acorralados” de Monells. Y por defender –ahí está el legado de un político del cual el nacionalismo catalán no aceptó “ni una sola coma”– la libre determinación del individuo, la democracia liberal y la lealtad institucional y constitucional, Josep Piqué recibió merecidamente el XII Premio FAES de la Libertad a título póstumo. Sabedlo bien.


Miquel Porta Perales es crítico y escritor