Va en su naturaleza. Por mucho que intente ahora su conversión en gestor de los fondos europeos y pretenda mostrar cara de centrista, no puede evitarlo. El autoritarismo sectario, alimentado por un partido tan entregado al culto personal del líder como destruido en su mejor acervo, y por una coalición de gobierno que reúne a lo peor y más destructivo de la política española, es lo que Pedro Sánchez representa, lo que quiere representar y lo que marcará el declive político y constitucional del país hasta tanto no se imponga democráticamente una alternativa.
Hay que exhibir una dosis asombrosa de cinismo para que Sánchez, teniendo en casa una coalición de Podemos, ERC, Bildu y demás, tilde al PP y a su presidente Pablo Casado de “insumisión constitucional” por una propuesta como la de renovar el Consejo General del Poder Judicial y acordar el cambio de su procedimiento de elección según los estándares europeos, que nadie solvente puede negar que están establecidos para asegurar la independencia de los jueces.
Pero de la misma manera, hay que alcanzar un nivel incomparable de desorden ético y trastoque intelectual para negar al PP el diálogo que Casado reclama, mientras Sánchez se dispone a compartir mesa de negociación política con un gobierno como el catalán que se sitúa en una posición política agresiva y amenazante de negación de la Constitución. Será curioso contrastar la cara avinagrada y tensa de Sánchez que expresa su hostilidad hacia el PP con las sonrisas y el buen clima que la delegación socialista exhibirá ante los secesionistas encabezados por Pere Aragonés, aunque los presentes por parte independentista acumulen en los partidos que integran el gobierno autonómico a un buen puñado de sediciosos convictos, prófugos de la Justicia, y ahora también sabemos que incluyen a tenebrosos enviados a Putin que ofrecen alquilar el independentismo como una de las palancas desestabilizadoras de la Unión Europea.
