La cuestión política española de fondo no es sólo la extensión, la profundidad y la altura de la corrupción socialista, ni si para medirla habremos de pasar de los metros cuadrados a los cúbicos a la misma velocidad que pasamos de la manzana al manzano, y luego a Manzanares el Real camino de su soto. La cuestión de fondo es el argumento principal que Sánchez ha vuelto a exponer, ahora en el pleno del Congreso.
Con él no sólo busca restar valor a la corrupción, sino dárselo a todo lo demás, a la amnistía, a su posición internacional, a sus pactos, a todo lo que era censurable antes de conocer la corrupción, lo es ahora y lo sería incluso si todos los casos abiertos quedaran en nada. La alternativa era y es a Sánchez, no sólo a la corrupción, aunque Sánchez más corrupción sea peor y haga aún más necesaria y oportuna la alternativa que el PP ha concretado en su Congreso, que ahora debe comunicar claramente a la sociedad española y detallar en sus programas.
Sánchez, después de decir que él no hace “relato” y ni siquiera sabe bien en qué consiste eso, ofreció el siguiente: él lidera un gran proyecto político en marcha, un proyecto de reencuentro, progreso y convivencia. Merece la pena, la suya personalmente, sobreponerse al duro golpe de la traición y de la decepción derivadas de la ingenuidad. Porque algo tan grande, tan importante, tan bueno, no puede ponerse en peligro por tres o cuatro falsos socialistas, ni por la zapa de poderes ocultos cuya existencia juzga obvia, ni por un PP que no respeta la democracia ni soporta el progreso de España. Hay que volver a hacer de la necesidad virtud, de la debilidad poder y del partido zumo de circunstancia, para seguir adelante, ofreciendo a España un futuro mejor y cerrando la puerta a la involución que quiere apagar el faro que hoy guía a la comunidad internacional. Él debe seguir, no por su bien, por el de todos. La vela no se puede apagar.
De nuevo, la gacela feroz iniciando el sprint, sucesor y binomio inseparable del bambi de acero: https://fundacionfaes.org/wp-content/uploads/2023/07/Papel-269.pdf
Pero no hay un conflicto entre un limpio ideal del socialismo y la triste realidad de unos cuantos socialistas extraviados. Sánchez es la triste realidad del socialismo actual, que no funciona, que era censurable antes y lo es hoy. El ideal es la coartada para comprar más tiempo de lo mismo, para Sánchez y para sus socios. Ya no hay socialismo posible en España como proyecto autónomo, sino sólo emulsionado con los ingredientes de ahora y en la forma actual. El Gobierno no sobrevive como poder Ejecutivo de España, sino como poder ejecutor del separatismo.
La de Sánchez no es la única emergencia política. También está la de sus socios, amenazados de ruina por la enorme inversión de capital político que han hecho en él y que ya no pueden retirar sin grave pérdida. Si la corrupción escala, como ya lo hace hoy mismo, la cuerda de sherpas escalará con él. Pedirán una prima de riesgo mayor para no parecer unos primos menores, pero seguirán ahí, procurando ahora el vaciamiento del Gobierno y del Estado, para que cuando el PP llegue apenas quede nada que gobernar. A eso el socialismo lo juzgará una heroica culminación de su relato sobre cómo protegió a España de la llegada de la ultraderecha: vaciándola, destruyéndola.
Dato a dato, ese supuesto momento dulce de la sociedad española, esa pretensión de un proyecto valioso amenazado por tres corruptos y la derecha se desmiente mirando la acción ministerial. El momento para la sociedad española no es dulce, es amargo. Si el Gobierno tiene que dedicar su tiempo a idear, uno tras otro, programas fallidos de asistencia social para niños, jóvenes, mayores, familias, desempleados, mujeres, autónomos y empresas –por pobrezas de todo tipo, infantil, energética, visual, habitacional o alimentaria– es que la sociedad está sufriendo el socialismo, no disfrutando de él. Socialismo es lo que hacen los socialistas, no lo que sueñan.
Que la realidad a pie de calle conviva con estadísticas vistosas, si es que lo son, no sólo no resta gravedad a la situación sino que se la añade: una sociedad más pobre, con menos esperanza, con menos caminos abiertos, resulta especialmente hiriente si se concede la disneylandia en la que el Gobierno dice que están las grandes cifras. Eso define la magnitud del fracaso –España rica, españoles pobres–, y junto a la devastación moral de la amnistía como epítome de la mentira de Estado y de la destrucción de la ley, es la razón primaria por la que la alternancia se hace inaplazable. Y además la corrupción, sí.
El estrangulamiento del mercado de la vivienda cierra el círculo del fracaso socialista en lo social; su babeo ante las obscenas manifestaciones de orgullo de Bildu por haber sometido al socialismo sin haber renegado de su herencia, y la mirada perdida de Sánchez ante la inequívoca voluntad golpista que Junts le explicita cada vez que él habla de reencuentro, expresan el verdadero saldo político de ese proyecto, que ni siquiera la corrupción debe oscurecer. La inutilidad de la amnistía como puerta de entrada de los nacionalistas al respeto institucional, el fracaso político completo de una coartada personal obvia, consentida y asumida por el socialismo y sublimada como valentía y grandeza de espíritu por un relato grotesco interpretado por Koldo, Ábalos y Cerdán en sus papeles estelares, resume la devastación.
Frankenstein no es un plan político de convivencia y progreso lastrado ahora por el accidente de la corrupción personal de algunas rosas podridas, sino un acuerdo para el desfalco de soberanía que va antes que el desfalco del dinero y es su condición sine qua non. Al primero, en puro relato, lo quieren llamar ahora éxito político de la mayoría progresista que justifica la permanencia de Sánchez pese al segundo, pero es el butrón en el Estado que permitió que la banda accediera al dinero.
“En nuestra patria la mentira ha llegado a ser no sólo una categoría moral, sino un pilar del Estado”, afirmó Solzhenitsyn. La mentira sostiene hoy al Gobierno y al Congreso en España, y busca barrenar centímetro a centímetro los cimientos de un poder judicial asediado y la credibilidad de unas fuerzas y cuerpos de seguridad que aún lo son del Estado. Los dos siguen iluminando la verdad, los dos impugnan el relato socialista. Pero hay una verdad política anterior, y en ella debe permanecer el foco más potente porque a ésa es a la que Sánchez no puede sobrevivir.