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Se ha entregado hasta el final

Está sereno, o más exactamente, alegre. Con esa luz tan suya en los ojos, con la sonrisa mansa que siempre regalaba, incluso cuando no se le escapaba la dureza de una circunstancia o relación. Lo dicen quienes han tenido la fortuna de verle y conversar con él. Sus fuerzas físicas menguan, ciertamente, pero sigue lúcido y presente, muy consciente de haber realizado el gesto que Dios le pedía para bien de la Iglesia. «

José Luis Restán es periodista y director del Área Socio-Religiosa de la Cadena COPE

 

Está sereno, o más exactamente, alegre. Con esa luz tan suya en los ojos, con la sonrisa mansa que siempre regalaba, incluso cuando no se le escapaba la dureza de una circunstancia o relación. Lo dicen quienes han tenido la fortuna de verle y conversar con él. Sus fuerzas físicas menguan, ciertamente, pero sigue lúcido y presente, muy consciente de haber realizado el gesto que Dios le pedía para bien de la Iglesia. “Yo ya soy un viejo, un monje dedicado a la oración y nada más”, le respondió con tajante dulzura al Patriarca caldeo Louis Sako, que bromeaba sobre una posible visita del Papa emérito a Irak. “Rezo todos los días por Irak”, reiteró. Y por la Iglesia entera, ya que ese es el servicio al que se sabe llamado, y no es poca cosa.

El anciano monje sigue asido a la cruz en el recinto de San Pedro, tal como dijera en su despedida, consciente de que esa es ahora su misión. A sus alumnos de la “Ratzinger Schülerkreis” les dijo el pasado verano que “cualquiera que sea el puesto que la Historia nos quiera asignar, lo determinante es la responsabilidad ante Dios, y la responsabilidad frente al amor, la justicia y la verdad…”. Así lo entendió él y así lo anunció en un gesto sin precedentes. Todavía no se ha profundizado lo suficiente en el texto de la Declaratio pronunciada sobriamente en latín aquel 11 de febrero de 2013. Teólogos y canonistas tienen ahí materia enjundiosa para trabajar. Pero ya casi nadie lo duda: aquel gesto inesperado y profético desencadenó un nuevo impulso en el camino de la Iglesia, cuya urgencia Benedicto XVI comprendía y sentía como nadie, tanto como comprendía y sentía que no podía ser él quien la llevase adelante. Ahí radica la enorme grandeza de su histórica decisión.

Es interesante anotar aquí el comentario desvelado por su amigo, el siquiatra y teólogo Manfred Lütz que le visitó en su retiro del convento Mater Ecclesiae: “Desde el punto de vista teológico (Francisco y yo) estamos perfectamente de acuerdo”. Pero no sólo en la teología. La denuncia realizada en Friburgo de una Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda, se vuelve autosuficiente y se adapta a los criterios del mundo, dando así mayor importancia a la organización que a la llamada a estar abierta a Dios y a abrir el mundo hacia el prójimo, podría haberla firmado Francisco. Otro núcleo de gran sintonía es la necesidad de abrir nuevos caminos, de aprender una nueva forma de estar presentes para comunicar la vida de Jesucristo en un mundo que cambia. Pobreza y libertad evangélicas, prioridad de la gracia e impulso de una nueva misión: el espíritu reformador y el brío misionero del Papa Francisco beben de las aguas profundas del pontificado luminoso, pero también sufriente, de Benedicto XVI.

Su gesto de hace un año, largamente madurado, sólo se entiende a la luz de toda una vida dedicada a servir como un obrero en la viña. Y la Iglesia, por la que se ha entregado hasta el final, no dejará de reconocerlo.

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