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Sobre el desempleo juvenil

El desempleo juvenil es un drama. Lo es desde la óptica individual, porque todo aquel que quiere trabajar y no puede, sufre. Y lo es también para la sociedad, puesto que a partir de un determinado nivel de magnitud y de persistencia en el tiempo, el desempleo juvenil cercena el potencial de crecimiento económico a largo plazo y, con él, muchas oportunidades de bienestar y prosperidad.

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Miguel Marín es director de Economía y Políticas Públicas de la Fundación FAES

 

El desempleo juvenil es un drama. Lo es desde la óptica individual, porque todo aquel que quiere trabajar y no puede, sufre. Y lo es también para la sociedad, puesto que a partir de un determinado nivel de magnitud y de persistencia en el tiempo, el desempleo juvenil cercena el potencial de crecimiento económico a largo plazo y, con él, muchas oportunidades de bienestar y prosperidad.

No parece discutible que el desempleo juvenil que padecen algunas economías europeas, y singularmente la española, sea alarmantemente alto. Pero sí lo son algunos diagnósticos y algunas propuestas sobre él, especialmente las que se apoyan en el aumento del gasto público. Ése se revela como un camino equivocado cuando se reflexiona sobre las verdaderas causas del desempleo.

Un dato no lo bastante conocido es que desde hace décadas el desempleo juvenil en los países de la OCDE dobla la tasa de desempleo general. Existen contadas excepciones –como Italia, Suecia o Corea– en las que la triplica, y otras –como Alemania– en las que el desempleo juvenil es inferior al doble del desempleo general, pero la inmensa mayoría de los países OCDE registra una insoslayable tozudez estadística: el desempleo juvenil es el doble que el general. Lo es en tiempos de expansión económica y en tiempos de recesión; en esta crisis y en las pasadas; en mercados laborales muy flexibles, como el americano, y en mercados famosos por sus rigideces, como el danés.

Existe, pues, un componente cíclico en el comportamiento del desempleo entre los jóvenes que se asemeja bastante al del resto de la población, y un sesgo estructural que hace que la tasa de paro en este segmento de la población sea el doble de la general. Si tratamos de reducir el componente cíclico, muy probablemente será a costa de reducir la ocupación de otros segmentos, como los mayores de 45 años con limitadas oportunidades de reciclaje. Parece más adecuado atacar el componente estructural. Y al hacerlo no debemos buscar las soluciones en los parámetros tradicionales del mercado de trabajo, a la luz de la machacona similitud estadística en economías tan diversas. La población juvenil a nivel global se caracteriza por unos rasgos sociológicos que dificultan relativamente su acceso al mercado de trabajo: menor experiencia profesional, mayor necesidad de invertir tiempo en formación, menores exigencias de estabilidad y menor productividad. Características que, tomadas en conjunto, determinan un nivel de desocupación mayor.

No obstante, sí existe un camino por recorrer en la orientación de las cualificaciones profesionales de nuestros jóvenes hacia las verdaderas necesidades de trabajo de la economía. Datos como los publicados recientemente por la Comisión Europea que hablan de 300.000 vacantes en toda Europa en el sector de los servicios informáticos, cifra que se espera que alcance los 900.000 en 2015, son sonrojantes y deberían inspirar las acciones de políticas públicas en un país tan necesitado como el nuestro.

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