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¿Trump ‘impeached’?

Javier Rupérez es miembro del Patronato de FAES y embajador de España

La amenaza del ‘impeachment’ abre en la vida americana, y en la esfera global, un nuevo elemento de peligrosa inestabilidad. Aunque muchos mantengan, y no les falte razón, que el principal responsable no es otro que Trump.

Durante meses, y tras la presentación del informe Mueller sobre la intromisión rusa en las elecciones presidenciales de 2016, Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, se había resistido a considerar la posibilidad de someter al actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al proceso conocido como “impeachment”, que, de ser validado, habría desembocado en la expulsión de la Casa Blanca de su actual inquilino. Las recientes revelaciones sobre una conversación mantenida entre Trump y el presidente de Ucrania en la que el americano se habría interesado por la posibilidad de que Ucrania investigara las posibles irregularidades de Hunter Biden, hijo de Joe Biden, en sus responsabilidades como miembro de una empresa con actividades en Ucrania, y todo ello ligado a la decisión del presidente americano de retener 400 millones de dólares de los prometidos por los Estados Unidos para dotar a las fuerzas armadas ucranianas, han conseguido cambiar la reticente actitud de la presidenta parlamentaria: Pelosi acaba de anunciar la apertura del procedimiento para que la Cámara, tal como prescribe la Constitución, elabore los “articles of impeachment”, es decir, las razones por las cuales se estima que el presidente de los Estados Unidos ha cometido graves delitos –“Treason, Bribery, or other High Crimes or Misdemeanors”– y merece ser sometido a juicio. Es necesaria la mayoría de los miembros de la Cámara para la aprobación de lo que en términos procesales sería el procesamiento, cuyo juicio queda reservado al Senado. Para este caso presidido por el presidente del Tribunal Supremo. Para su aprobación la causa necesita el parecer favorable de los dos tercios de los senadores presentes. La Constitución indica que las consecuencias del “impeachment” se limitan a la remoción de sus cargos de aquellos que a él se han visto sometidos, pero que ello no impide el que otras causas sean traídas a colación con posterioridad contra los recusados y expulsados.

Las reticencias de Nancy Pelosi, y hasta hora la de un significativo número de congresistas demócratas, eran comprensibles, si se tiene en cuenta que el Partido Demócrata tiene la mayoría en la Cámara pero no en el Senado y que la misma naturaleza esencialmente política del procedimiento suscita un buen número de interrogantes. La decisión para proceder contra el presidente agrava la ya existente división partidista, que pudiera desembocar en un reforzamiento de los partidarios del que ha sido sometido a juicio. Eso sucedió cuando la mayoría republicana inculpó al presidente Clinton en 1998, como consecuencia de sus devaneos con la becaria Monica Lewinski. Pero en el Senado la imputación no alcanzó la mayoría necesaria, Clinton terminó su segundo mandato con la reputación casi intacta y en 2000, en las elecciones presidenciales subsiguientes, muchos analistas estimaron que la derrota de Al Gore se debió a su alejamiento de Clinton durante la campaña electoral. Que por otra parte registró un aumento significativo del Partido Demócrata en ambas Cámaras. Trump no es el más popular de entre los que en la historia han sido presidentes de los Estados Unidos, pero no por ello deja de tener sus seguidores en la base y sus agradecidos colegas entre la clase política y parlamentaria, temerosa de perder su preeminencia si a ella no coopera desde el Ejecutivo un jefe afín. E incluso entre los mismos electos demócratas por circunscripciones de dudosa fidelidad existe el temor de que un apoyo al proceso pueda privarles de su continuación en el escaño. Es evidente, sin embargo, que la conversación de Trump con Zelenski ha contribuido a disipar esas cautelas y que tanto Pelosi como la inmensa mayoría de sus colegas en la Cámara de Representantes están ahora dispuestos a quemar todas sus naves en un proceso largo, complicado y de resultado incierto. Tanto más cuanto que los demócratas no cuentan con la mayoría en el Senado, la que en definitiva puede garantizar el éxito en todo el recorrido.

Puede pensar Pelosi que el mismo proceso pudiera llevar a Trump a dimitir de sus responsabilidades presidenciales, como ya ocurriera con Richard Nixon en 1974, que optó por dejar la Casa Blanca antes que someterse al “impeachment”. O que el mismo desgaste que el proceso puede producir condicionará la respuesta de los electores en las elecciones presidenciales en 2020 y llevará a un demócrata a la mansión presidencial. Datos no faltarán para mostrar el grado de peligrosa imprevisibilidad constitucional y moral, por decirlo de manera elíptica, en que Trump ha convertido la presidencia de los Estados Unidos de América. En cualquiera de los casos, la misma amenaza del “impeachment” abre en la vida americana, y por ello en la esfera global, un nuevo elemento de peligrosa inestabilidad. Aunque muchos mantengan, y no les falte razón para ello, que el principal responsable no es otro que Donald J. Trump.