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Un Gobierno de escándalo

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El Gobierno se ha puesto sensible. Su creciente intolerancia genera una sensibilidad a flor de piel, pero una sesgada y con grandes dosis de hipocresía, que le lleva a mostrarse escandalizado ante la oposición.

A Pedro Sánchez le escandaliza que se hable de “apartheid lingüístico” en Cataluña cuando un niño de cinco años y su familia están siendo acosados y vejados por reclamar legítimamente el cumplimiento de una sentencia firme que establece el tratamiento del español como lengua común, oficial en todo el Estado y vehicular, junto con el catalán, en la enseñanza primaria y secundaria de esa comunidad autónoma. No le escandaliza a Sánchez que ciudadanos con todos sus derechos se encuentren expuestos a las arremetidas supremacistas del secesionismo, ni le escandaliza que el Parlamento de Cataluña haya declarado formalmente que no se va a cumplir la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. De sus ministros y ministras, sobre este asunto, no han salido más que frases huecas de sentido, pero llenas de cobardía política. Nada de eso escandaliza a Sánchez, que no hará nada que ponga en peligro su tóxica relación con el independentismo catalán. Y sí, lo que se está poniendo en evidencia en Cataluña es un “apartheid lingüístico” inaceptable.

La vicepresidenta económica Nadia Calviño también parece muy escandalizada por la intervención del presidente del Partido Popular en la última sesión de control al Gobierno. Calviño, según cuentan las crónicas, increpó a Pablo Casado alegando sentirse “asqueada” por la intervención de este frente a Sánchez. Sin embargo, el estómago de la vicepresidenta parece digerir con notable facilidad la coalición que le sostiene también a ella y que pronto contará con el último jefe de ETA, el encapuchado más famoso de la banda terrorista, David Pla, inminente fichaje del “bloque progresista” como nuevo referente en las filas de Sortu. En esto no hay escándalo para Calviño, que se autoelogia, como el resto del Gobierno, por la aprobación de unos Presupuestos Generales del Estado que se basan en premisas que la realidad de la evolución de la economía ha dejado caducas. No se escandaliza de ser ella la clave de un relato tramposo con la realidad, frívolamente triunfalista y alejado hasta lo temerario de lo que experimentan día a día muchos españoles. Nada de eso escandaliza a la vicepresidenta Calviño -miembro de un Gobierno carente de límites– que, en la peor tradición de los socialistas, se permite increpar en público al líder de la oposición por afirmar lo que los socialistas no querrían oír.

Detrás de estos escándalos prefabricados existe algo muy grave, porque cuando la verdad escandaliza y es la mentira la que se elogia, hay serios motivos -más aun- para preocuparse, y mucho, por el rumbo del país.