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Un Gobierno escatológico

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Anotaciones FAES 26

Así no, ministra. No es que el uso de palabras gruesas no sea tradicional en nuestros anales político-literarios, desde el epigramático Marcial, pasando por la musa satírica de Quevedo, hasta los exabruptos senatoriales de Cela. Cierto, la diatriba política española ha sido frecuentemente estercolaria. Pero, ministra, dentro de un orden: siempre moviéndose entre lo anónimo y lo ingenioso.

Cuántos pasquines de grosería inaudita clavados de noche en las puertas del alcázar de los Austrias; cuánta agudeza escatológica embalsamada en los diarios de sesiones desde que en España existen régimen constitucional y libertad de palabra. Ese acervo obliga, ministra. Hay que molestarse un poco y exprimirse las meninges. También para mandar… ahí al adversario; y más cuando se hace a plena luz y con taquígrafos delante.

Un ejemplo. No disimule: usted comparte más cosas de las que confiesa con el primer franquismo. Verá, el Generalísimo también defendía a tope “lo público”: control de divisas, racionamiento, contingentes de exportación, industria nacionalizada… En fin, “hacía cosas muy chulas”, ya sabe. Con aquellos Sindicatos ¡ah!, su afición por el control de precios hubiera podido ir mucho más allá del amago.

Hacia 1944 -y no es por dar ideas- Franco prohibió en absoluto los coches particulares. La cosa no sentó bien a la fachosfera de entonces. Uno de sus exponentes más notorios, antifranquista temprano -no sobrevenido-, el duque de Maura, hizo funcionar contra el Caudillo la máquina del fango. Sabía lo que hacía: su padre inventó lo de “poner la turbina en la cloaca”, mucho antes de que Umberto Eco escribiera la frasecita con que ustedes nos aburren cada día. En fin, que por aquella época circuló por Madrid un soneto, anónimo, pero cuya autoría nadie ignoraba. Ochenta años después, ilustra a la perfección cuándo un texto merece la consideración de clásico. Ministra, se lee como si hubiera sido escrito hoy mismo.

Con el afecto que usted sabe:

Viví cuando el aceite era de oliva,

el pan de flor, la carne sin raciones;

incorruptas también las oraciones;

muerta Anastasia[1] y la palabra viva.

Se tragaba cerveza, y no saliva;

se viajaba sin colas, empellones,

pasaportes, cartillas, restricciones;

odios abajo y arribismo, arriba.

No había un camarada en cada esquina,

solía el empleado ser afable;

y teníamos coche, gasolina,

hora verdad y Gobierno responsable.

¡Cómo no ha de exclamar el que recuerda:

Aquello era vivir; esto, una mierda!


[1] Nombre con el que se personificaba a la Censura en una época anterior a las Oficinas ministeriales ‘antibulos’ y el fact-checking.