Entre la cárcel y la fuga, entre sediciosos convictos y sediciosos presuntos, el independentismo catalán ha alumbrado un gobierno que, aunque no lo quieran, es un gobierno autonómico. De nuevo quedan desmentidos los habituales abogados de Esquerra Republicana (ERC) y su supuesto papel moderador. Un personaje entre patético y precario como Pere Aragonés queda en la tierra de nadie independentista porque ni ha podido disputar a Puigdemont la “legitimidad” histórico-carismática-plebiscitaria que este reclama para sí, ni es capaz de defender la auténtica legitimidad de unas elecciones autonómicas de las que deriva su representación, incluso sin haberlas ganado.
Les ha faltado tiempo a los muñidores más visibles de este acuerdo, Jordi Sánchez y el propio Pere Aragonés, para declarar sus intenciones de construir una Generalidad republicana, reiterando –faltaría más– su compromiso secesionista. Es verdad que tales manifestaciones tan arrojadas siguen contrastando con la mansedumbre con la que varios de los dirigentes del “procés” enfrentados al Tribunal Supremo explicaban que la declaración de independencia era un farol, que ya sabían que eso no iba a ninguna parte o que se trataba de una simple declaración política que no iba a tener consecuencias jurídicas. Por eso la doblez, la mentira y la cobardía del mesianismo independentista acompañan a los que se vienen arriba en sus proclamas.
Lo que está claro es que este gobierno, con cada uno de sus componentes juntos y por separado, no tiene otro objeto que prolongar la inestabilidad y la tensión, agravar la fractura interna de la sociedad catalana –si es que eso es posible– y desestabilizar la política española a través de un Gobierno como el de Pedro Sánchez, desacreditado, nada fiable y pendiente solo de su propia supervivencia. Cómo estarán las cosas para que el Gobierno de España, como tanto gusta enfatizar a Sánchez, se felicite por la constitución de un gobierno autonómico en Cataluña sectario y estéril desde todos los puntos de vista salvo el propio del esperpento independentista. Cómo estarán las cosas para que Sánchez deposite su estabilidad en un acuerdo de partidos y organizaciones independentistas cuyo propósito es reiniciar otro ciclo de sedición. No puede extrañar que junto con el acuerdo de gobierno vuelvan las fundadas sospechas de que Sánchez va a engrasar el pacto independentista y los apoyos que ERC le presta en el Congreso con los indultos a los sediciosos que ayer mismo recibían el significativo aval de la ministra de Defensa.
El desafío a la Constitución no ha cesado. El mensaje del independentismo catalán es claro. Y ante un desafío contrastado, promovido por gente cuya capacidad para el disparate apenas conoce límites, es necesaria la disposición, la actitud y los medios para una respuesta adecuada desde el Estado. Para atajar el disparate, para prevenir la ilegalidad y para preservar la convivencia cívica, empezando por Cataluña, para evitar que sea irreversible el fracaso al que le condena el independentismo.