Sánchez quiso subrayar el significado plebiscitario de unas elecciones municipales y autonómicas -de evidente proyección nacional por su proximidad a las generales- y se ha encontrado con una moción de censura en toda regla. Los resultados de ayer corroboran un cambio de ciclo político iniciado hace tres años. En ese tiempo, el PSOE ha perdido seis elecciones.
Medido en términos de poder territorial, ayer asistimos a uno de los mayores vuelcos políticos que registra la democracia española. El Partido Popular superó en más de 800.000 votos al PSOE. Casi todas las Comunidades Autonómicas en disputa acabaron decantándose hacia el PP. Es la primera fuerza política en Valencia, Aragón, Cantabria y Baleares, e iguala al PSOE en Extremadura. Murcia y las mayorías absolutas de Madrid y La Rioja acreditan un vigor político creciente. No existe parangón para una debacle socialista que deja el poder territorial del PSOE bajo mínimos, después de supeditar toda su política autonómica a los dictados del PSC, y sin ni siquiera rentabilizarlo en Barcelona.
En el ámbito municipal, los ejemplos de Valencia, Sevilla, Cádiz, Valladolid, Toledo, Coruña (aunque no se obtenga la alcaldía), Cáceres, Badajoz o Huelva abundan en lo mismo. Los ciudadanos han sido explícitos y -en ausencia de causas externas a las que imputar los resultados- han juzgado con la máxima severidad la política de pactos del PSOE, el liderazgo de Pedro Sánchez y la deriva radical que ha impuesto a la izquierda convencional. Los socios que venían acompañándole en ese camino han sufrido también un tropezón de calado. El desplome de Podemos y sus confluencias no ha podido ser compensado por la fórmula de comunismo maquillado de Yolanda Díaz en sus distintas marcas.
El sanchismo en su conjunto queda con las vergüenzas al aire. La más evidente de todas ellas, el éxito de Bildu en el País Vasco. Las ideas tienen consecuencias y la mala idea de haber blanqueado durante tantos años a los herederos políticos del terrorismo tiene como resultado 1.400 concejales y 400.000 votos que amenazan muy seriamente la hegemonía del PNV en el territorio. Bildu gana en Vitoria, sube dos concejales en San Sebastián y lidera las Juntas Generales de Álava y Guipúzcoa. Desde aquella moción de censura de 2018 a ésta de ayer, los jeltzales tienen buenas razones para reflexionar acerca de su rendimiento como escoltas de un sanchismo poco proclive a seguir “pagando traidores” y que ya mira hacia otra parte; no conviene interrumpir demasiado pronto esa reflexión: si se la quiere productiva, debe llegar a las últimas conclusiones. Por otro lado, en el País Vasco el PP recupera concejales, algunos decisivos para desalojar a Bildu de la alcaldía (Durango) o para condicionar gobiernos locales (Bilbao) y junteros en los tres territorios; en Cataluña, también es perceptible su recuperación de tono y proyección electoral.
Nadie puede disputar el enorme éxito cosechado ayer por el Partido Popular ni su dimensión nacional; menos que nadie, un PSOE puesto al servicio -toda su estructura federal- de la promoción de Sánchez durante una campaña que comenzó con el Consejo de Ministros usado para montar una tómbola electoral y ha terminado salpicada de escándalos por compra de votos. El PSOE planteó las elecciones como un plebiscito y se le han convertido en una moción de censura; esta vez, verdaderamente constructiva.
Ahora, el Partido Popular vuelve a ser el primer partido de España. Y Núñez Feijóo, el líder nacional más reforzado. El PP ha tenido éxito ensanchando su base electoral desde el patriotismo y la moderación. Está en las mejores condiciones para consumar el cambio de ciclo político que vive España y hacer efectiva, en las elecciones generales de julio, una derrota del sanchismo que tiene tanto de voto de censura como de voto de esperanza.