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Vindicación de Yolanda

Difficile est satiram non scribere

La prensa reaccionaria y machirula; los cenáculos donde se traman horrendas maquinaciones entre azulada neblina de habanos; los consejos de administración de la plutocracia cobarde que apronta en urbanizaciones de lujo cohetes para huir de su propia devastación; todos los tentáculos, en fin, de la derecha mediática, política y económica, estallan en carcajadas unánimes. Esa hidra lleva días haciendo bromas escurriles a costa de la vicepresidenta. No me incumbe la calificación del criminal jolgorio; fiscales tiene la España multinivel de progreso. Por ahora, basta con denunciar la monstruosa tergiversación de unas palabras de Yolanda Díaz sobre el horizonte.

Dirigidas a un auditorio catalán, se comentan solas en su claridad y transparencia diamantinas: “Son gentes del Mediterráneo. Yo soy gallega. Me di cuenta que cuando mi hija fue a Madrid, cuando les hablaba a sus compañeras del horizonte, sus compañeras no sabían bien de qué hablaba. Ustedes tienen el Mediterráneo, levantan la mirada y ven el horizonte. Mirar al horizonte es clave para poder cambiar la vida de la gente”.

La carcundia fascista, en su malicia, ha querido ver confirmada en este ejercicio de empatía plurinacional su peor calumnia: la caricatura de una España gobernada por un sanedrín de lerdos oportunistas. Incluso ha llegado a insinuar que la vicepresidenta ignora qué cosa sea el horizonte al negárselo a Madrid por carecer de costa.

La palmaria deshonestidad de las maniobras de la caverna no debe, sin embargo, relajar a cuantos confían en una nueva mayoría progresista para conducir nuestro avance colectivo. Porque se advierte un giro táctico en los cruzados de la caspa, y el bloque del futuro cometería un grave error ignorándolo. Los fachas empiezan a ser conscientes por fin de algo: parte de su panoplia tradicional tiene mellado el filo. Al propio tiempo, intuyen el potencial disolvente del humor en nuestra posmodernidad; de hecho, empiezan a reírse de lo que tanto esfuerzo académico y presupuestario ha venido costando a la izquierda que piensa: la interseccionalidad, el decrecimiento o los estudios de impacto de género para soterrar la M-30. Están a una declaración de Ione de partirse el diafragma con la liberación animal.

Pie en pared. Esto no puede seguir así. Por ese camino se dilapidan las conquistas sociales de los últimos cinco años. Vivimos un punto de inflexión: la seriedad cambia de bando y toca a las fuerzas de mucho progreso ponerse a la vanguardia de la batalla cultural. En esta guerra, el corpus doctrinal integrado por todas las comparecencias de Yolanda es munición para el frente, la fábrica Dzerzhinski en el Stalingrado de este país de países. Ni un paso atrás.

Hay que ser infatigables en la pedagogía. Y así, aclarar que Yolanda usó en el foro de La Vanguardia la palabra “horizonte” no en su sentido vulgar, patriarcal, cavernícola, sino en el manejado por Wilhelm Dilthey y con él por toda la corriente historicista que desemboca en Ortega. Era palmario, pero hay que explicarlo. Ahora que en España se cumple el sueño –pesadilla, según los reaccionarios– de que los filósofos gobiernen, no puede malversarse ese ideal platónico por el simple hecho de haber eliminado la filosofía de la ESO. Porque, en realidad, se operó una liberación: emancipada la filosofía de su reclusión en los institutos, desborda hasta el Consejo de Ministros. España entera es mitad ágora ateniense, mitad academia prusiana, y frau Yoli su primera musa y privatdozent.

En efecto, el entorno histórico es una realidad constituida por una pluralidad de complejos de energía. Esos complejos son de carácter productivo, creador, operan sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros es punto de cruce de esos haces de fuerzas obradoras, en perpetua creación de valores y bienes. Pero ese entorno está siempre limitado por un “horizonte”. Los hombres (y mujeres) de una época determinada tienen siempre un campo visual concreto. Su pensar, su sentir, su querer, no se mueve en un ámbito infinito, ilimitado, sino que está ceñido por una línea que, al limitarlo, lo constituye positivamente. Es lo que Dilthey llama el “horizonte de la vida”[1], precedente clarísimo de la “circunstancia” orteguiana. Es también la idea que llevó a Eugenio d’Ors a presidir jurados para elegir entre pescadoras galaico-portuguesas aquella cuya mirada clavada en el horizonte oceánico expresara mejor el volkgeist lusitano condensado en la expresión ‘saudade’.

A esto se refería la vicepresidenta, torpes machistas que sonreís. Ya os oigo replicar que, si es por eso, “horizonte vital” lo tiene todo el mundo y a ver a qué viene la inquina con Madrid. No entendéis a Yolanda. Ni siquiera leéis a Unamuno. Escuchad: en 1885, poco antes de su llegada a Salamanca, estando en Alcalá, don Miguel ya oponía su preferencia por el paisaje vasco frente al secarral castellano que definía como “mar petrificado”, “horizonte yermo, sin verdura”, para concluir: “este campo y este cielo me abruman”. Es cierto que luego cambiaría mucho de gustos y acabaría siendo un facha centralista de tomo y lomo: el principal culpable de la tabarra sobre el paisaje castellano que ha llenado con polvo de estepa los anaqueles de nuestra literatura. Pero, ¿tiene la culpa Yolanda? Alabémosle el gusto y su preferencia por el primer Unamuno y los horizontes marinos, salitrosos: oreando las preferencias estéticas se orean también las actitudes políticas, consumidas de roña mesetaria. Por lo demás, el origen bilbaíno de Unamuno no auguraba nada bueno; lo sabemos bien los que cuando allí levantábamos la vista, tropezábamos con el funicular de Archanda.

Y, por último, no olvidemos –en Yolanda– la empatía. No es solo la primera cabeza del Gobierno; es, en los términos de la antropología de Zubiri, una “inteligencia sentiente”. Que lo digan esas madres con las que coincide en el colegio y a cuyas confidencias alude con un pudor que la honra. ¿Qué pecho en que aliente la fe democrática no se conmueve imaginando ese intercambio? Espectáculo milagroso en que, por una vez, la promesa del autogobierno se materializa, y gobernante y gobernado se hacen uno. Me gusta imaginarlo así:

—¿Usted es la que sale en la tele con un señor de Gerona que lleva una fregona en la cabeza?

—La misma, sí. Y su apunte me confirma la importancia del peinado a la hora de construir liderazgos.

—No la entiendo bien. Pero, dígame, ese señor, ¿es el que escapó en un maletero?

—Bueno, lo cierto es que Carles practica una forma de exilio muy… “horizontal”.

—Pues he leído que le va muy bien. Por lo visto tiene un pisazo de dos plantas, 550 metros cuadrados, tres baños, sauna, garaje para cuatro coches, terraza de 100 metros cuadrados, y jardín privado de 1000. En un sitio relacionado con algo de Napoleón. Debe ser un político de los gordos.

—Sin duda, la civilización avanza. Quedaron atrás los campos de refugiados republicanos vigilados por sudaneses hostiles. Pero disculpe, ahí veo a la niña saliendo de clase de Geografía.

Es normal: cuando todas las jeremiadas de la derecha sobre la generosidad con Cataluña se derrumban, la actitud positiva, empática, de Yolanda –símbolo de esa generosidad– encuentra un calor henchido de gratitud en los pueblos de España, anhelantes de paz y reencuentro. Como también es normal que eso delate a las claras el divorcio de la derecha extrema-extrema con la gente. No entendieron el “ibuprofeno” de los indultos, ni entienden el alivio penal de la amn…, del alivio penal. En esta materia, ignoro lo que ocurrirá después, pero hasta la hora en que trazo estas líneas todo va bien, como decía –al pasar ante el quinto piso– aquel que se tiró desde lo alto de un rascacielos.

Tenemos un Gobierno que no merecemos, ¿a que sí?


[1] Dilthey. Gesammelte Schriften. VIII. Pág. 177.


Vicente de la Quintana Díez es abogado y escritor