Turquía se ha convertido en un actor clave en la geopolítica global, con influencia en conflictos como la guerra de Ucrania y Oriente Medio. Aunque no es una potencia económica o tecnológica, actúa con claridad y seguridad en el escenario internacional. En este nuevo Diálogos FAES, el investigador senior, Florentino Portero, ha conversado con el profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y director del Observatorio de Ceuta y Melilla (Instituto de Seguridad y Cultura), Carlos Echeverría, sobre el papel de creciente protagonismo de este país.
Según Carlos Echeverría, su poder no radica en una gran capacidad económica o tecnológica, sino en su habilidad para actuar con claridad y seguridad en conflictos internacionales. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha consolidado un régimen con visiones neo-otomanas y un fuerte componente nacionalista e islamista, una combinación que ha moldeado la política exterior turca en las últimas décadas.
El ascenso de Erdogan ha sido notable, pasando de alcalde a presidente y manteniéndose en el poder desde 2002. Su mandato ha estado marcado por una estrategia que mezcla el islamismo con el nacionalismo, permitiéndole proyectar la imagen de Turquía como heredera legítima del último califato. Si logra mantenerse en el poder hasta 2028, superará incluso el periodo presidencial de Atatürk, consolidando aún más su influencia en la historia moderna del país.
El neotomismo, entendido como la recuperación de la influencia otomana, sigue presente en la política turca y se ha combinado con el islamismo contemporáneo. Aunque la visión califal ha sido afectada por la irrupción del Estado Islámico, sigue siendo un referente para ciertos sectores del islamismo suní. Esta nostalgia califal ha permitido a Turquía justificar su intervención en conflictos regionales, como su papel en la guerra de Rusia y Ucrania, su relación con Hamas y su creciente influencia en África.
Las intervenciones de Turquía en países como Libia y Túnez reflejan un intento de restaurar su liderazgo en regiones que en su momento formaron parte del Imperio Otomano. Erdogan ha buscado proyectar poder en África y en el Mediterráneo, mediando en conflictos como el de Somalia y Etiopía. Sin embargo, este enfoque expansionista ha generado tensiones con otros actores regionales, especialmente con Arabia Saudí, que ve con preocupación el resurgimiento de la influencia turca en el mundo islámico.
En el ámbito internacional, Turquía ha sabido jugar sus cartas con habilidad. Ha mantenido una relación ambigua con Occidente, siendo miembro de la OTAN pero al mismo tiempo estableciendo vínculos con Rusia e Irán. Su distanciamiento con Israel le ha permitido consolidar su liderazgo en el mundo islámico, aunque a costa de dificultar sus aspiraciones de integración en la Unión Europea. Además, la influencia turca se extiende hasta Europa, con una importante diáspora turca en Alemania que refuerza sus lazos culturales y políticos en la región.
El conflicto en Siria ha sido otro escenario donde Turquía ha desempeñado un papel determinante. La retirada de Estados Unidos dejó un vacío que Ankara ha aprovechado para fortalecer su presencia en la región y apoyar a ciertos grupos islamistas. Sin el respaldo de Turquía, los islamistas suníes no habrían alcanzado el nivel de influencia que lograron en Siria. Erdogan ha utilizado esta guerra como una oportunidad para reafirmar su poder y presentar a Turquía como el gran vencedor tras las revueltas árabes.
A nivel interno, Turquía enfrenta desafíos significativos. La competencia entre nacionalistas y sectores islamistas ha generado tensiones, y el régimen de Erdogan ha tenido que equilibrar su enfoque autoritario con las expectativas de la población. Además, las fronteras coloniales y la rivalidad entre países suníes y chiíes complican aún más la estabilidad regional. Sin embargo, la debilidad del eje transatlántico y el desinterés de Europa han ofrecido a Turquía una oportunidad para proyectar su política exterior con mayor autonomía.
En conclusión, Turquía se ha consolidado como un actor geopolítico de gran relevancia, navegando entre alianzas estratégicas y tensiones regionales. Su capacidad para influir en el islamismo suní, su papel en los conflictos de Oriente Medio y su presencia en África y Europa refuerzan su estatus como una potencia en ascenso. A pesar de no ser una gran potencia económica, su visión estratégica le permite desempeñar un papel clave en el equilibrio de poder global.



