La información sobre el COVID-19 está infectada por la desinformación (que entendemos como noticia falsa utilizada como instrumento para alcanzar un objetivo político o geopolítico). A nivel global se pueden distinguir dos tipos principales: 1) la teoría conspirativa acerca del virus como arma biológica, y, 2) noticias falsas acerca de cómo los países democráticos gestionan la crisis. A nivel nacional, salta a la vista la desinformación oportunista de la Generalitat de Cataluña. Las noticias falsas (bulos) sobre el COVID-19 se centran principalmente en describir los remedios que supuestamente curan la enfermedad.
La teoría de que se trata de una arma biológica introducida en China por los militares estadounidenses como un acto de sabotaje para ganar la guerra comercial, es una narrativa creada por el Partido Comunista chino y divulgada por los medios de comunicación y redes sociales de China, Rusia e Irán. El principal objetivo de la desinformación en torno del origen del virus es doble: pretende contribuir a mejorar la imagen internacional de China (que se desmoronó a causa de su pésima gestión de la crisis en los primeros días del contagio) y a socavar la de EE. UU. Otro objetivo, con función en la política doméstica, consistiría de fortalecer el poder y credibilidad del gobierno chino fomentando en la población un sentimiento antioccidental y la conciencia de superioridad moral en relación con EE. UU.
Según un informe interno de la UE, los medios de comunicación financiados por el Kremlin están llevando a cabo una campaña de desinformación cuyo fin es explotar las vulnerabilidades internas de los países europeos, sembrando la confusión (sobre cómo se gestiona la crisis), el pánico y el miedo[1]. En EE. UU., sin duda, el COVID-19 estará presente en la campaña de las elecciones presidenciales, lo que lo convierte en un tema altamente atractivo para la desinformación.
La carta que Joaquim Torra ha dirigido a la UE cuestionando la gestión del gobierno de España y sus declaraciones a la televisión británica BBC, en las que afirmó que el gobierno no ha recomendado el confinamiento entre las medidas contra la expansión del coronavirus, constituyen sendas desinformaciones oportunistas que aprovechan la coyuntura para socavar la imagen de nuestro país en el exterior. Representan la continuidad de la estrategia nacionalista previa y son un ejemplo más de la subordinación de cualquier principio moral o democrático al dogmatismo independentista.
El debate sobre quién combate mejor la pandemia acaba de empezar. ¿Quién gestiona mejor la crisis sanitaria?: ¿las democracias liberales, que confían en la responsabilidad individual de sus ciudadanos y llevan la contabilidad de contagios y fallecimientos de la manera más transparente posible, o los regímenes autoritarios que se escudan en la opacidad informativa y espían a su propia población? Las narrativas sobre quién es más eficaz de ambos bandos suscitarán una confrontación semejante a la de la Guerra Fría entre los modelos democráticos y comunistas.
Los bulos acerca de remedios contra el coronavirus son muy variados, desde beber agua caliente con aceite de sésamo hasta disparar petardos (por mencionar solo algunos). Si no estuviéramos en una situación tan desoladora y trágica, serían materia de chistes. Los bulos, dejando a un lado su intención estúpida o aviesa, reflejan un sentimiento de incertidumbre, miedo y confusión, pero también falta del sentido común. Para paliar sus consecuencias más nefastas, la Organización Mundial de la Salud ha creado un buen remedio: la página web EPI WIN[2], donde se ofrece una información rigurosa y científica en tiempo real. Su utilidad puede ser muy limitada, pues, como una investigación impulsada por Twitter ha demostrado, las noticias falsas reciben, por término medio, un 70% más de retuits que las veraces[3]. La desinformación y las noticias falsas se transmiten con más rapidez que el coronavirus gracias a las nuevas tecnologías. Es la otra batalla que hay que ganar.
[1] https://www.ft.com/content/d65736da-684e-11ea-800d-da70cff6e4d3
[3] https://elpais.com/elpais/2018/03/08/ciencia/1520470465_910496.html