Con el decorado de fondo de una ralentización económica que se acelera, el telón se ha levantado para que veamos el espectáculo de dos políticos emparejados por su ambición y su debilidad, dispuestos a reunir en torno a ellos a un conjunto de personajes secundarios que creen que ha llegado su momento de dirigir la función. Protagonizan una obra de difícil caracterización que se mueve entre el enredo y el drama. Lo que tiene poco misterio es el desenlace. Terminará mal, aunque no sea pronto.
Como ha afirmado el expresidente del Gobierno y presidente de esta fundación, José María Aznar, de las opciones posibles, Sánchez ha elegido la peor, no porque se viera forzado a ello sino porque ésa ha sido su decisión dictada, como siempre, por sus apremios para mantener el poder -o al menos el gobierno- a cualquier precio, urgido por el fiasco de las elecciones que creyó e hizo creer a su partido que reforzaría su posición. El primer precio pagado por Sánchez y el PSOE es el de acabar con cualquier resto de credibilidad que les pudiera quedar. No es que Sánchez mintiera cuando nos explicaba el insomnio que le produciría un gobierno con Podemos, es que simplemente para él las categorías de verdad o mentira no existen.
La otra parte del precio que el PSOE y Sánchez están dispuestos a pagar -y gustosamente, habría que añadir- es el de llevar al sistema político de la Constitución a su peor crisis, una crisis que sus aliados necesarios esperan y quieren que sea terminal. Y tienen motivos para pensar que nunca lo han tenido mejor en su proyecto de desmantelar el entramado de convivencia, unidad y Estado de derecho sobre el que se ha tejido la historia democrática de España desde 1977. Los socialistas han ido asumiendo la creencia de que la Transición y el pacto constitucional se hicieron mal, de ahí su afición al cultivo tantas veces sectario de la memoria histórica, su equívoco juego con la idea de una supuesta plurinacionalidad de España y su rápida tendencia a poner en cuestión la legitimidad democrática del adversario cuando éste, como es el caso del PP, ha demostrado ser capaz de ganarles en las urnas. Para los nacionalistas e independentistas -una diferencia que hoy sólo se refiere a los ritmos de sus ambiciones- el modelo autonómico es un estadio ya ampliamente superado en sus proyectos y la debilidad de Sánchez, agravada tras las elecciones, es una tentación irresistible para avanzar en su estrategia de ruptura.
En cuanto a Podemos, nada indica que haya cambiado sus objetivos, pero lo que está claro es que su actual apego a lo que llaman los “artículos sociales” de la Constitución es estrictamente instrumental y táctico. Podemos es la izquierda que aún reivindica la ruptura frente al pacto de convivencia de la Constitución, que abandera el falso derecho de autodeterminación y sostiene un modelo económico que nunca, en ningún sitio, ha producido más que miseria y retroceso. A los que previsiblemente formarán el gobierno les une su común impugnación del marco constitucional, y eso tendrá consecuencias.
Nadie puede sostener seriamente que esta fórmula que el PSOE y Pedro Sánchez van a aplicar nos permitirá afrontar el desafío secesionista en Cataluña, ni impulsará las reformas que necesita la economía española en tiempos de crisis, ni nos hará más fuertes en Europa. En todos estos capítulos el gobierno que se avecina no tendrá efectos neutrales, sino que hará empeorar la posición de España. Y esta consecuencia es más que probable que se produzca por mucho que los vendedores del nuevo gobierno recurran a los viejos trucos como decir que ERC, cuyo líder está condenado en firme por sedición, en realidad es un grupo muy moderado, o exhiban a la “ministra-coartada”, papel que en este caso parece que corresponderá a la actual ministra de Economía en funciones, como antes lo fueron otros bien conocidos, presuntas garantías de rigor y firmeza en gobiernos que curiosamente arrastraron a España a su peor recesión o que impulsaron los gobiernos tripartitos de socialistas con independentistas en Cataluña. Frankenstein comparado con lo que parece venir resultará un modelo de armonía.