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Elecciones británicas: decadencia y caída

En solo cinco años, los conservadores han conocido dos elecciones “históricas” como partido. La primera, en 2019, por la amplitud de la victoria. La segunda, este jueves, por la contundencia de la derrota. Tras catorce años en el poder, los tories entregan el testigo a un Laborismo en ascensión explosiva. Para una muy amplia mayoría de británicos el balance de los últimos ejecutivos conservadores es del todo decepcionante.

Primero fue la crisis financiera, luego la pandemia y, por último, el repunte de la inflación. La impresión de un país “roto” es abrumadora. Aunque la inflación, que llegó a dispararse hasta el 11%, ha retrocedido hasta el 2,3%, la crisis del coste de la vida pesa mucho en un país sin fuertes amortiguadores sociales. El servicio público de salud (NHS), al que los británicos están tan apegados, se encuentra en un estado lamentable, con millones de personas esperando citas o tratamiento.

Como muestra de frustración y rabia, el país se ha visto sacudido por huelgas generalizadas, no vistas desde la década de 1980. Aunque el desempleo es bajo (4,4%), el crecimiento y la productividad están estancados, mientras que la presión fiscal se encuentra en su nivel más alto de los últimos setenta años. En cuanto al Brexit, aunque los dos principales partidos no lo cuestionan, las encuestas muestran que una mayoría de británicos lo lamenta ahora.

La eficaz máquina electoral que en su día fue el Partido Conservador parece seriamente gripada. El partido parece haber sido devorado por disputas internas. Son muchos los analistas británicos que apuntan al “faccionalismo” como patología dominante tory. La rebelión, sobre todo la del ERG (European Research Group), para que Theresa May endureciera su ruptura con la UE, inició una larga serie de insurrecciones.

Al llegar al poder, Boris Johnson marginó a los elementos moderados del partido. Sobre todo, se propuso –con éxito– ganarse a un nuevo electorado en el “Muro Rojo” del centro y norte de Inglaterra. Las poblaciones de clase trabajadora de estas zonas desindustrializadas y desfavorecidas se dejaron seducir por el Brexit y el eslogan de “levelling up” (reequilibrio entre norte y el sur). En esas circunscripciones tradicionalmente laboristas, los conservadores tuvieron mucho éxito en 2019. A su victoria contribuyó el rechazo a la figura de Jeremy Corbyn, el jefe radical del laborismo entonces.

Johnson aspiraba a una síntesis entre los votantes conservadores tradicionales de las clases medias urbanas y del suroeste del país y estos nuevos votantes ganados al laborismo. Los primeros, partidarios del libre comercio, la escasa intervención del Estado y la bajada de impuestos. Los segundos, en cambio, decididos partidarios del intervencionismo y el incremento del gasto público. Esa amalgama no podía mantenerse unida mucho tiempo, y Sunak estaba condenado a no retener a los votantes del Norte. Para colmo, la pandemia devoró los fondos que podrían haberse destinado a la “nivelación”, desatando una decepción generalizada.

Pero si el reflujo en el “Muro Rojo” podía descontarse, los retrocesos en el “Muro Azul” son más preocupantes para los conservadores. Las regiones del sur de Inglaterra y los alrededores de Londres son sus bastiones tradicionales. Pero esta vez, muchos diputados tories han perdido sus escaños en favor de candidatos liberaldemócratas o laboristas. Esta nueva situación dice mucho de la decepción entre las filas del electorado tradicional tory. Entre escándalos y revueltas internas, el partido ha presentado una imagen desastrosa, muy alejada de los problemas del país.

En su principal reclamo electoral, el control de fronteras, los conservadores también han fracasado. La inmigración neta aumentó a 685.000 personas más en 2023, el segundo nivel más alto tras el récord del año anterior (764.000). Y el número de personas que cruzan ilegalmente el Canal de la Mancha vuelve a aumentar. Nigel Farage, el demagogo populista, está capitalizando ese fracaso y eso ha tenido su reflejo en su irrupción en Westminster.

Más preocupante aún, el Partido Conservador también ha perdido su vitola de seriedad económica. La efímera y errática trayectoria de la primera ministra Liz Truss, que sembró el pánico en los mercados con su presupuesto sin financiación, no ayudó nada en este sentido. Sintomáticamente, dos influyentes cabeceras de la prensa financiera británica –el Financial Times (FT) y The Economist– han respaldado a los laboristas en esta campaña. En su editorial del lunes, el FT señala que su creencia en “la democracia liberal, el libre comercio y la empresa privada” le ha alineado a menudo con los conservadores, pero que “esta generación de tories ha arruinado su reputación como partido de los negocios”. Incluso el Sunday Times también se ha puesto del lado de los laboristas. Su editorial del domingo pasado decía que los conservadores habían “perdido el derecho a gobernar. Dejen paso a los laboristas”.

En conclusión, puede afirmarse que las convulsiones del Brexit han transformado a los tories de un partido de centro-derecha en una amalgama inestable de populistas de derecha, radicales e hiper-libertarios. Tiene por delante una inmensa tarea reconstructora: pensar en los votantes que quiera atraer de nuevo, en los ejes políticos de esta nueva etapa y en una oferta que deberá renovarse, acompañada de actitudes ejemplares, para poder volver a ser una referencia insoslayable y creíble para el futuro del Reino Unido.