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¿Y se piensa en las consecuencias de una reforma constitucional?

Mis colegas, en este y en otros lugares, han estudiado a fondo cómo intentar que se resuelvan problemas esenciales que, en estos momentos, tienen que estar presentes, forzosamente. Tal sucede con los básicos de la Unión Europea, y de qué manera se nos puede ayudar, igualmente en los problemas del mercado laboral y en las derivaciones económicas que se generen. No digamos que no tienen importancia en los temas del funcionamiento de los problemas financieros, sobre todo en estos momentos de crisis económica. No hay que olvidar, de ningún modo, el papel fundamental que sigue teniendo el presupuesto y el panorama fiscal derivado de él, y aportar más noticias sobre COVID-19, por motivos obvios. Pero, respecto a España, es necesario tener en cuenta, a mi juicio, muy en primer lugar, todo lo relacionado con decisiones causadas por planteamientos doctrinales del presente Gobierno.

En el caso de la España actual, tenemos que tener muy presente que se puede hundir nuestra prosperidad siempre que dejen de funcionar tres características de nuestra vida económica. La primera de ellas está relacionada con el modelo económico español que desde 1959 nos ha impulsado, de forma muy clara, y nos sigue permitiendo estar moviéndonos con fuerza en el mundo económico internacional. La segunda característica que precisamos es la de mantener un mercado laboral muy flexible. La tercera, la existencia, con mínimas restricciones, del mercado libre de bienes y servicios, con un complemento claro de eliminación de mecanismos estatificadores e intervencionistas.

A las dos primeras características, ya se han presentado problemas en nuestra historia económica reciente, y se ha visto cómo lograban superarse. Pero amanece, con creciente claridad, la tercera gran amenaza, que es precisamente la que parecía no serlo por imposibilidad legal. Me refiero, nada menos que a la idea de un cambio en la Constitución, por el carácter normativo de esta, lo que sostengo, con permiso de Raúl Canosa, apoyándome en García de Enterría. ¿Por qué esa cuestión tiene consecuencias incluso más preocupantes que la de los fallos de las otras dos citadas quiebras de nuestra prosperidad? El motivo de la diferencia se encuentra en que otro elemento fuerte de nuestra economía se debió al creciente papel que desde mediados del siglo XX pasó a tener, de manera creciente, la economía libre de mercado.

Pero para cambiar radicalmente la estructura económica española, y generar una realidad social y política diferente, no basta el logro de una victoria electoral, ya que se les puede venir abajo a los deseosos de cambio, si se mantiene la libertad económica que ampara la Constitución. Por eso, está claro también que pretendan estos últimos llevar a cabo una reforma constitucional. Y por supuesto, es evidente que, con tal reforma, desparecería la monarquía y, asimismo, amanecerían muchas posibilidades para el triunfo de separatismos políticos. Es preciso que estas cuestiones queden muy claras, y los economistas somos los que, forzosamente, percibimos por dónde se mueven ciertas amenazas muy fuertes, evidentemente para lo económico, pero mucho más preocupadamente en lo político.